Santos: Ampliado, Urbano, Narciso, Nemesio, Estratónica, Seleucio, Quintín, mártires; Lucila, virgen y mártir; Nemesio, diácono y mártir; Abaido, confesor; Baudacario, monje; Antonio, Wolfgango, obispos; Cisa, Egberto, Tatvino, anacoretas; Nicolás, Leonardo, Staquis, presbíteros; Notburga, monja; Epón, abad; Alonso Rodríguez, confesor.
Alonso estaba un día enfermo; el enfermero le llevó la comida a la cama con un mandato de parte del Padre Superior: «que se coma todo el plato». Cuando el cuidador regresa para retirar los restos de comida, le encuentró deshaciendo el plato y comiéndoselo pulverizado. El santo se impuso a sí mismo una obediencia ciega; se exigió a sí mismo tanto que uno de los padres le dijo un buen día «que obedecía a lo asno».
Nació en Segovia en el año 1533, segundo de los once hijos del matrimonio formado por Diego Rodríguez y María Gómez, que vivían del comercio de paños.
Su niñez y juventud estuvieron ligadas a la Compañía de Jesús.
A la muerte de su padre se encarga de sacar adelante el negocio familiar, pero su incompetencia es notable para el negocio de los paños.
Contrae matrimonio con María Juárez con quien tiene dos hijos. Pero la mala fortuna parece que le persigue: primero muere uno de sus hijos, luego su mujer, el negocio va de mal en peor, luego fallece su otro hijo y su madre. Alonso se ha quedado solo.
Se produce entonces una crisis fuerte que resuelve con confesión general y con el deseo de comenzar una nueva vida tomando un impresionante ritmo interior de trato con Dios y que mantiene por seis años. Cede a sus hermanos sus bienes y marcha a Valencia en 1569 con el propósito de ingresar en la Compañía; pero no contaba con insalvables obstáculos: su edad, la falta de estudios y escasa salud.
Trabaja entonces en comercio y de ayo.
Por fin es admitido en el Colegio Monte Sión en el año 1571; desde el año 1572 ocupa el cargo de portero hasta el 1610 que hacen casi cuarenta años.
Es considerado en la Compañía como modelo para los hermanos legos por su ejercicio permanente para lograr auténtica familiaridad con Dios, por su obediencia absoluta y por su amor y deseo de tribulación.
Este humilde y santo portero fue durante su vida un foco radiante de espiritualidad de la que se beneficiaron tanto los superiores que le trataron, como los novicios con los que tuvo contacto; un ejemplo representativo está en san Pedro Claver, el apóstol de los esclavos.
Con sus cartas ejerce un verdadero magisterio. Su lenguaje es sencillo y el popular de la época, pero logra páginas de singular belleza al tratar con entusiasmo temas de mayor envergadura. La santidad que describe en sus escritos no es aprendida en los libros, es fruto de su experiencia espiritual.
Fue canonizado por el papa León XIII junto con san Pedro Claver.