Santos: Ángela de Mérici, fundadora; Emerio y Cándida, Devota, Maura, Teodorico y Domiciano, confesores; Lupo, Julián, obispos; Julián, Avito, Dativo, Vicente, mártires; Mariano, Mauro, abades; Vitaliano, papa; Pedro Egipcio, anacoreta; Enrique de Osó y Carvelló, fundador de la Compañía de Santa Teresa de Jesús; Gamelberto, párroco.
Quedó huérfana a los dieciséis años. Guapa, heredera de una fortuna nada frecuente, libre de compromisos y con un número mayor de lo deseable de cazafortunas que buscaba su cortejo. Independiente y con una vida por delante. Procedía de una familia rica y noble. Nació en Desenzano, en Italia, cerca del lago Garda, en 1474. Murió en Brescia, en la Lombardía, el 24 de enero de 1540.
Vivió entre los vapores del Renacimiento. Aquel frenético hacer en arte, pinturas, esculturas, libros y costumbres dejó también una secuela pobre y menos digna en el cambio del pensamiento que llegaba a la degradación de las costumbres. Eso le hizo darse perfectamente cuenta a Ángela de las desastrosas consecuencias que había traído consigo para la vida moral de muchas personas la moda del Renacimiento.
Quiso hacer algo por la juventud que veía desquiciada, desorientada, maltratada, frecuentemente manipulada y, en tantas ocasiones, pervertida; algo para detener el desmoronamiento de tanta chica joven tratada con desconsideración.
Se hizo terciaria franciscana y se dedicó a enseñar el catecismo a los niños de su pueblo. Y lo hacía con tal entusiasmo, arte y fruto que la noticia, ya traspasada a la región de Brescia, hace que el papa Clemente VII la llame con el deseo de que la desarrolle en Roma. Las dificultades expuestas y entendidas por ambas partes lo hicieron imposible en aquel momento.
En 1524 hizo Ángela una peregrinación a Tierra Santa. Esto lo consideró siempre como el mejor regalo de su vida; no se sabe muy bien qué cosa sucedió, ni si aquel prodigio extraño fue o no milagro; pero ella salió a los Santos lugares ciega y regresó con vista. Es el único hecho sobresaliente de su vida.
En 1535 fundó una congregación religiosa en la iglesia de Santa Afra de Brescia que se llamó la Compañía de las vírgenes de Santa Úrsula; puso la actividad de la nueva familia religiosa bajo la protección de santa Úrsula por ser una santa cuya vida y martirio era un estandarte levantado en alto que representaba el triunfo de la distinción y pureza cristiana sobre la impureza y la grosería de los bárbaros. Ángela de Mérici es así la fundadora de las ursulinas: la primera orden religiosa dedicada a la enseñanza.
Y curioso. No pretendió darles hábito, ni vida en común, ni votos, ni clausura a aquellas mujeres. Era solo el compromiso de vida cristiana que, por amor a Jesucristo, se comprometían a una actividad apostólica que radicaba en enseñar y esto con espíritu cristiano. No es extraño que fueran consideradas como unas revolucionarias que habían roto lo moldes y que eran difícil de entender. Eran monjas diferentes de todas las demás monjas.
Luego, después que ella murió, aquellas ursulinas dividieron los carismas: unas quisieron vivir en comunidad sin votos, y así lo hicieron, ayudadas por san Carlos Borromeo, que era muy amigo de la uniformidad; otras ursulinas, sobre todo en Francia, adoptaron los modos propios de la vida en estricta clausura; las más prefirieron seguir el espíritu fundacional, viviendo en sus casas con sus familias y dedicando su vida a la instrucción de las jóvenes. Por eso, por algún tiempo, hubo tres clases de ursulinas, conviviendo en paz.
Conviene resaltar, de santa Ángela de Mérici, que fue una pionera en eso de fundar una institución secular. Y también pionera en lo de preocuparse de instruir a la juventud mucho antes de que los poderes públicos pensaran en la fundación de ministerios que se ocupasen de dar instrucción, desparramar formación y cultura –eso que se llama enseñanza pública– a los niños y jóvenes, que es la primera de las inversiones a medio o largo plazo para lograr el bien común que están llamados a promover.
Su vida, como se ve, está lejos de lo ostentoso y llamativo; desde fuera no se descubre nada sensacional; es una vida quemada en el silencio del misterioso amor a Dios y en el servicio entregado al puro servicio del prójimo. Bien lo expresa la iconografía pintando a la santa con un crucifijo en la mano que hace brotar flores de su leño.