La venida de Nuestra Señora del Pilar. Santos: Basilio el Grande y Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia; Isidoro, Martiniano, Siridión, obispos; Acucio, Argeo, Narciso, Marcelino, mártires; Macario, Adalardo (Adelardo), abades; Edelmira, virgen.
Son dos de los tres Padres de la Iglesia denominados «capadocios». Entre ellos se dan un buen número de coincidencias: contemporáneos, ambos obispos, amigos entrañables y con diferencias y rupturas tardías. Los dos se vieron implicados en la lucha contra la principal de las herejías que traían por la calle de la amargura a los responsables del orden y pureza de doctrina en la Iglesia universal; también contribuyeron de manera importante a renovar la espiritualidad cristiana con la potenciación del monacato y, por último, dejaron una buena producción teológica para divertimento posterior de los estudiosos.
Basilio nació alrededor del año 330 en Cesarea de Capadocia y murió en el 379, el primero de enero. Conocemos su vida por tres fuentes: en primer lugar están sus propios escritos; luego, por lugares comunes como el De viris illustribus de san Jerónimo, la Historia eclesiástica de Teodoreto, Rufino, Sozomenos y Sócrates; finalmente, hay otros testimonios específicos: escritos de san Gregorio de Nisa –su hermano–, el panegírico de san Gregorio Nazianceno y bastantes cartas.
Se sabe que nació en una familia cristiana originaria de Neocesarea del Ponto; su padre, abogado y profesor de retórica, se llamaba Basilio también y era hijo de santa; su madre fue Emilia –rezada como santa–, hija de mártir. Basilio y Emilia tuvieron diez vástagos, tres de ellos obispos, y con la hija Macrina, tres santos en los altares.
Basilio estudió retórica en Cesarea y filosofía en Atenas, donde conoció y trabó amistad con Gregorio de Nacianzo.
Recibió el bautismo tarde, hacia el 356, cuando ya volvió a su patria de la etapa griega de formación. Se tomó tan en serio su condición cristiana que se vio en él un espíritu inquieto y viajero por Egipto, Siria, Palestina y Mesopotamia recorriendo los asentamientos de los ascetas conocidos y descubriendo como camino personal la vida en el monacato; se retiró a orillas del Iris en el 358, y fue polo de atracción de la gente hasta el punto de ser necesario crear otros monasterios en el Ponto. El íntimo amigo Gregorio Nacianceno se le unió allí para vivir apartado, dedicarse a la contemplación, estudiar y seleccionar las obras de Orígenes. En este período escribirá Basilio las Moralia y sus dos Reglas para los monjes.
Asistió al sínodo de Constantinopla del año 360.
El obispo Eusebio le hace ver la conveniencia de ser ordenado sacerdote y así se hizo, pero con la mala suerte de suscitar los celos de su obispo y verse obligado a tomar la resolución más conveniente de volver a su retiro monacal que duró hasta la muerte de Eusebio, en el 370, cuando eligieron a Basilio obispo para la sede de Cesarea y metropolita de Capadocia.
Se le conoce como pastor ejemplar y como gran organizador de la caridad, distribuyendo los bienes procedentes de limosnas entre los más necesitados, levantando hospitales para enfermos, hogares para pobres y hospicios para viajeros. También se hizo notar por la fuerte defensa que hizo ante la autoridad civil de los derechos de la Iglesia, porque asumió plenamente las responsabilidades de pastor.
Contra el arrianismo no tuvo contemplaciones al ser doctrina errónea que minaba los fundamentos de la fe cristiana por negar la divinidad de Jesucristo y del Espíritu Santo; pero no supo salir airoso en las intrigas eclesiásticas y las maquinaciones políticas de Constantino al tomar partido –en contra de los deseos de Roma– por Melecio, que aspiraba a la sede de Constantinopla, suplantando los derechos del legítimo obispo, Paulino. Aquí se equivocó.
La herencia teológica es copiosa, sobresaliendo el tratado De Spiritu Sancto y Adversus Eunomium, amén de las abundantes homilías, algunos escritos ascéticos y cartas.
A Gregorio de Nacianzo –nacido un año antes y vivo diez años más, también hijo y hermano de santos–, de carácter apacible y ordenado, le pasó algo parecido: enamorado del monacato, ansioso de soledad para la meditación y el estudio, no le quedó más remedio que renunciar a su gusto para mejor servir a la Iglesia. Lo consagró obispo para Sasima su amigo Basilio –tenía este fama de testarudo y bravo– a fuerza de insistir.
Aquella diócesis era más una tierra de bandidos y refugio de herejes que de cristianos; el bueno de Gregorio se lamentaba de verse obligado a ejercer más de gendarme que de obispo; pero el impetuoso y firme Basilio sabía bien que pocos obispos podrían soportar la situación y mantener la fe verdadera en aquel inhóspito sitio como lo había de hacer Gregorio. Luego pasó a ser patriarca de Constantinopla, en el 381, pero, debido a las divisiones existentes en aquella Iglesia, se retiró a Nacianzo donde murió el 25 de enero de 389.
¿Por qué tuvieron que llegar al extremo de enfadarse los dos amigos obispos? Quizá quiera la Iglesia, al unir sus fiestas en el calendario oficial, darnos a entender que las antiguas incomprensiones y rencillas quedaron superadas. De hecho, el listo, bueno y santo Gregorio –le llamaban el teólogo por la profundidad de su doctrina– no hizo ascos a predicar un magnífico panegírico de su amigo; realzó su entrañable amistad, sus afanes comunes, su esfuerzo por sacar a flote siempre la verdad; dijo de él sublimidades verdaderas, llenas de respeto y caridad.
Este punto menos ejemplar puede servirnos a los furiosos apasionados y anancásticos para que no demos tanta importancia a las contrariedades, enfados, disgustos y amarguras, y no lleguemos a la cólera ni al arrebato. Amén.