Brígida (ida), virgen († c. a. 524)

Santos: Pionio, presbítero y mártir; Severo, Pablo, Cecilio, Basilio, Everardo, obispos; Soro, Tuján, abades; Brígida (Ida), Inocencia y Veridiana, vírgenes; David, Simón y Sigeberto III, confesores.

Patrona de Irlanda junto con los santos Patricio y Columba.

Parece una contradicción, pero, a pesar de su gran fama que la hace pasar por la santa más conocida de Irlanda y de estar unidos a su figura gran cantidad de elementos festivos y folclóricos, se conocen muy pocos hechos históricos sobre su vida.

Su primer biógrafo fue Cogitosus, que vivió del 620 al 680, pero –lastimosamente– poco escribe acerca de la vida terrena de la santa; su escrito se pierde en descripciones sociales y religiosas en torno al monasterio de Kindale, probablemente mixto y con jurisdicción quasi-episcopal, fundado por Brígida.

También existen himnos y poemas irlandeses de los siglos VII y VIII que en sí mismos testimonian el culto que se tributaba a la santa irlandesa.

Un poco más adelante, el obispo de Fiésole, Donatus, a mitad del siglo IX, escribe su vida en verso y este debió de ser el vehículo de la rápida difusión de su culto por Europa.

Pero de esta carencia de datos que impiden el diseño de un perfil hagiográfico completo, la religiosidad popular y el calor de las gentes por su santa han suplido con creces la grandeza de su vida fiel al Evangelio y entregada a su vocación religiosa.

Veámoslo.

Del hecho de pertenecer Brígida a una tribu inferior en su tiempo, concretamente la de Forthairt, la fantasía la hace nacer del fruto de la unión –extraña al matrimonio– de su padre, Duptaco, con una bellísima esclava, con todos los problemas que esto produce en el entorno familiar legítimo, desde el disgusto de la esposa hasta la proposición de su venta. Claro que de esto se sacará la noble lección de que Dios puede tener planes insospechados para los espurios inculpables que pueden llegar a las cimas más altas de la santidad y dejar tras de sí una estela de bien para la gente.

Heredada la extrahermosura de su madre, para no ser ocasión de pecado y no ser ya más pedida en matrimonio, pide a Dios que la haga fea. ¿Para qué quiere la hermosura quien solo piensa en Dios? Ha decidido entrar en religión. Derrama lágrimas abundantes y son escuchados sus ruegos con un reventón del ojo; por este favor da gracias a Dios, que luego le devuelve todo su esplendor. La lección está clara: quien posee al Amor desprecia lo que a tantas vuelve locas y vanas para alcanzar un amor.

También los pobres están presentes en el relato; no podría concebirse santidad sin caridad. Y ahora es la vaca su cómplice; nunca se secaron las ubres, una y otra vez ordeñadas por Brígida, cuando había que remediar a un menesteroso. La vaca ha quedado presente, como emblema, en las representaciones pictóricas de los artistas, junto a la imagen de la santa.

Y aún hay más; sí, son inagotables los relatos de bondades. Se habla de leprosos curados y de monjas tibias descubiertas; la muda Doria comienza a hablar y termina sus días como religiosa en el convento; frustra asesinatos; da vista a ciegos y… como expresión del estilo de un pueblo, ¡convierte el agua de su baño en cerveza para apagar la sed!

Los himnos, versos, poemas y canciones populares –con sencillez y regocijo– muestran el calor de un pueblo por su santa y dice con sus leyes lo que las de la crítica histórica ni pueden ni deben decir.