Santos: Calixto, papa y mártir; Carponio, Evaristo, Prisciano, Saturnino, Lupo o Lope, mártires; Gaudencio, Fortunato, Rústico, Justo, Donaciano, Burcardo, Cosme, obispos; Fortunata, Angadrema, vírgenes; Domingo, Lúpulo; Broden, Güendolina, confesores; Bernardo el peregrino; Juan Ogilvie.
La mayor parte de las noticias que tenemos del esclavo que llegó a ser papa nos llegan precisamente a través de Hipólito, quien, a pesar de ser también santo, fue su más enconado enemigo.
Gracias al Liber Pontificalis, que oficialmente transmite la historia de los papas, y a otras fuentes, podemos estar más seguros de la información sobre su vida. Nació en Roma y su padre se llamaba Domicio. Los datos de la primera parte de su vida nos llegan por Hipólito y eso hace que deba rebajarse la tinta al menos en lo que de peyorativo tiene. Su patrón o amo se llamaba Carpóforo, lo puso en la administración de sus bienes –no se sabe si de todos o solo de una parte– porque parecía que el muchacho tenía cualidades para ello; pero el resultado fue que no salieron las cuentas. Hipólito dirá que fue aquella bancarrota la consecuencia de su malversación. Todo terminó con Calixto moviendo la rueda de un molino porque, aunque huía de Roma, lo agarraron en Porto; después continuó sus actividades financieras entre judíos, pero acabó azotado y deportado a las minas de Cerdeña; y más tarde se le vio por Ancio.
La segunda parte de su vida lo muestra ya cristiano, sin tener dato cierto de cuándo se bautizó, y estando al servicio de los papas que supieron poner en juego sus excelentes cualidades. Con el papa Ceferino se hizo cargo de la catacumba de la Vía Apia para organizarla y embellecerla; hizo de una parte de ella lugar de enterramiento de los papas; por su trabajo en este cementerio recibe la catacumba el nombre de Calixto. Fue ordenado diácono, Ceferino lo nombró su secretario y lo eligieron sucesor suyo cuando murió, en el año 217.
El tiempo que atravesaba la Iglesia era difícil y, de modo especial, dos fueron los problemas principales en los que tuvo que intervenir, haciéndolo centro medular de una controversia durísima y fundamental.
Con varios nombres se menciona en la historia de la teología la herejía de Sabelio que el papa Ceferino dejó sin resolver. Hizo Sabelio tanto hincapié en la defensa de la unidad de Dios, que llegó a negar la Trinidad afirmando que el mismo y único Dios tomaba formas distintas, presentándose a veces como Padre, otras como Hijo y como Espíritu; por eso se llamaron también, monarquianos, modalistas y patripasianos. Contra la herejía surgió en Cartago la voz de Tertuliano y la de Hipólito en Roma; pero como no es infrecuente, con tanto apasionamiento defienden estos últimos la distinción existente entre el Padre y el Hijo que parecía hablarse de dos divinidades, corriendo el riesgo de caer en un cierto subordinacionismo del Hijo con respecto al Padre que llegara a poner en duda la igualdad del Padre y del Hijo. Por eso, cuando Calixto interviene condenando a Sabelio, no aprobando la totalidad de la doctrina de Hipólito y sin llegar determinar la verdadera doctrina; este se enfada, llama al papa Calixto sabelianista y se erige en antipapa peleando doctrinalmente contra él. Menos mal que Hipólito reconoció su error, se reconcilió con el sucesor de Calixto y murió mártir. De hecho, Calixto excomulgó a Sabelio y su doctrina, rechazó las afirmaciones de Hipólito –sin condenarlo– que inclinaban a introducir un cierto dualismo en la divinidad o que tendían a subordinar al Logos, es decir, a Cristo, a Dios, induciendo a lo que luego sería el arrianismo. Era, entre dos posturas extremas e inaceptables, la prudente opción por el término medio en un período en que la terminología teológica aún no estaba preparada para ser un preciso vehículo transmisor de la fe revelada.
Otro problema más trajo de cabeza a Calixto y le forzó a intervenir con su autoridad de papa. Por la firme actitud con que lo resolvió, se nos hace simpático y cercano.
Montano con sus seguidores, a los que se unió Tertuliano desde Cartago también, practican un rigorismo extremado con los pecadores. Bajo la capa de una limpieza a ultranza entre los fieles y la búsqueda de una mayor perfección ante la próxima venida del Señor, niegan el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia a los que hayan cometido determinados pecados graves. Con la prudencia de que hacía gala el papa Calixto, se pronunció por la misericordia divina con el pecador y por el poder de la Iglesia para perdonar toda clase de pecados, aunque también en este punto su mortal enemigo Hipólito llegara a culparle de laxista y blando.
A este papa Calixto se le terminó su vida con el martirio. De hecho, no se sabe dónde, cómo ni cuándo fue, pero siempre se le veneró como mártir. Probablemente fue en el año 222, cuando ya era emperador Alejandro Severo (222-235) que no propició ninguna persecución; pero su muerte bien pudo ser originada por fanáticos o por odio de los paganos.
Y no se le enterró en la catacumba que tan primorosamente preparó para los papas; quizá estaba dándonos con ello ejemplo de desprendimiento. Lo enterraron en el lugar más cercano posible a donde encontraron su cadáver en medio de la revuelta popular. El papa Julio I mandó construir junto a su tumba la Basílica de Santa María Trastevere, iuxta Calixtum, que parece ser el primer ejemplo de basílica martirial.