Santos: Eloy, obispo y confesor, Patrono de joyerías y platerías. Nahúm, profeta; Próculo, obispo y mártir; Evasio, Teocleto, Leoncio, Castriciano, Agerico o Airy, obispos; Ansano, Natalia, Landoaldo, Amancio, confesores; Lucio, Rogato, Cándida, Casiano, Diodoro, Mariano, mártires; Edmundo Campion, Roberto Southwell y compañeros mártires; Florencia, virgen.
El hijo de Euquerio y de Terrigia parece que desde el comienzo de su existencia estuvo bajo el signo de la predilección divina. Así lo asegura la leyenda de su vida. Despierto de inteligencia y hábil en el empleo de sus manos. Aprendiz de platero de los de antes, es decir, de los que tienen que martillear el metal para sacarle de las entrañas la figura que el artista tiene en su mente. Tanta destreza adquirió que el rey Clotario II, su hijo Dagoberto, luego, y su nieto Clovis II, después, lo tuvieron como propio en la corte para los trabajos que en metales preciosos naturalmente necesitan los de sangre azul que viven en palacios y tienen que solventar compromisos sociales, políticos y hasta militares con sus iguales.
Pero lo que llamó poderosamente la atención de estos principales del país galo no fue solo su arte. Eso fue solo el punto de arranque; después vino el descubrimiento de su entera personalidad profundamente honrada. Eloy se mostraba como un hombre cabal; de espíritu recto. Cristiano más de obras que de nombre; piadoso en su soledad y coherente en la vida; prudente en las palabras y ponderado en los juicios. Un sujeto poco frecuente en sus tiempos atiborrados de violencia.
El rey Dagoberto, considerando los pros y contras, pensó que era el sujeto ideal para solucionar el antiguo contencioso que tenía con el vecino conde de Bretaña; lo envió como legado y acertó en la elección por el resultado favorable que obtuvo. No es extraño que Eloy o Eligio pasara a ser solicitado como consejero de la Corona.
Aparte de sus sinceros rezos privados y del reconocimiento de su indignidad ante Dios –cosas que le dignificaban como hombre–, supo compartir con los necesitados los dineros que recibía por su trabajo. Patrocinó la abadía de Solignac; a sus expensas nacieron otros en el Lemosin y, en París, la iglesia de San Pablo.
No es sorprendente que, al morir el obispo de Noyon y de Tournay, el pueblo tuviera sensibilidad para desear que fuese Eloy quien desempeñara esa misión y, menos sorprendente aún, que el rey Clovis pusiera toda su influencia al servicio de esa causa. Casi hubo que forzarle a aceptar. Ordenado sacerdote y a continuación consagrado obispo, se dedicó a su misión pastoral con el mejor de los empeños en los diecinueve años que aún el Señor le concedió de vida. Fueron frecuentes las visitas pastorales, se mostró diligente en el trato con los sacerdotes, se tiene por ejemplar su disciplina de gobierno y esforzado en la superación de las dificultades para extender el Evangelio allí donde rebrotaba la idolatría pagana o echaban raíces los vicios de los creyentes. Hasta estuvo presente en el concilio de Chalons-sur-Seine, del 644.
Este artífice de los metales nobles y de las gemas preciosas que no se dejó atrapar por la idolatría a las cosas perecederas ha sido adoptado como patrono de los orfebres, plateros, joyeros, metalúrgicos y herradores. Ojalá los que asiduamente tienen entre sus manos las joyas que tanto ambicionan los hombres sepan sentirse atraídos por los bienes que no perecen.