¡Bienaventurada yo, con la carga de mis pecados, por tal Redentor! Pero más le apetece al amor que te tengo, mi Jesús del Calvario y de la Eucaristía, que criatura alguna nunca se hubiera rebelado contra tu Santidad infinita, y que te ha forzado, para la manifestación de tu infinito poder y el esplendor de tu gloria, a realizar una cosa tan maravillosa para nosotros como dramática sobre Ti, para podernos redimir de nuestros pecados, reencajándonos en los planes eternos de Dios, que nos creó sólo y exclusivamente para que le poseyéramos, levantándonos a la dignidad inimaginable e insospechada de ser hijos suyos, herederos de su gloria, y partícipes de la vida divina.
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