Santos: Esteban, rey de Hungría; Ambrosio, Aredio, Armagilo, Arsacio, Balsemio, Basilia, Cisio, Demetriano, Diomedes, mártires; Cosme, Teodoro, Radulfo (Raúl, Rodolfo), Eleuterio, Simpliciano, obispos; Tito, diácono y mártir; Arsacio, confesor; Queremón, eremita; Roque, protector contra la peste; Serena, matrona.
Se llamaba Vaik, hijo de Geza, que era Duque de Hungría, unido en segundo matrimonio con Adelaida de Polonia con cuya ayuda se convirtió al cristianismo y se bautizó junto con su hijo Vaik, a quien cambiaron el nombre pagano por el de Esteban. Era allá por el año 973 y él había nacido unos años antes.
Esteban se casó al llegar a los veinte años con Gisela, que era hermana del que había de ser el emperador Enrique II. Sucedió como rey de Hungría a su padre. Dio al pueblo magiar, nómadas procedentes de Asia que se habían ido asentando a lo largo del Danubio durante todo el siglo VIII, estabilidad política al tiempo que facilitaba el camino de la fe cristiana a los que hasta el momento habían sido su terror.
Con un espíritu guerrero indomable tuvo que aplastar sublevaciones constantes y adquirió el prestigio que necesitaba entre los suyos y los vecinos.
Por amistad con el monje benedictino Ascherik o Astrik, que tenía toda su confianza y por aquel entonces era arzobispo, Esteban gestionó en Roma, ante el papa Silvestre II, la organización eclesiástica del país y la obtención del título de rey, siendo coronado en la Navidad del año 1000. Con ello conseguía la consolidación de su reino, que pasaba a ser feudo de la Santa Sede.
Vio que hacía falta, más que nada, la instrucción de aquel pueblo ignorante del Evangelio; estaba empeñado en sacarlo del paganismo. Pidió ayuda al abad Odilón, de Cluny, que entonces estaban en todo su esplendor, para que le enviara misioneros con cuya labor se crearon las primeras diócesis de Vespren y Esztergom.
Eran precisos igualmente los templos. No dudó en aportar fondos para construir la catedral de Szekesfehervar que se consagró a la Virgen y desde entonces será el sitio donde se coronan de los reyes húngaros y su panteón. Terminó de construir el monasterio benedictino de Martinsberg o Pannonhalma que había comenzado su padre en honor a San Martín.
Con sinceridad buscó ser honesto en la fe. Dedicó mucho tiempo a la oración, intentando aplicar a su vida los principios evangélicos; en palacio conocieron su frecuente penitencia personal; con los pobres, necesitados y enfermos demostró caridad fina, tratándolos con delicadeza exquisita y abriendo para ellos las arcas del reino, hecho que le hizo cobrar entre la gente fama de limosnero. Su madurez fue palpable en el modo de recibir la noticia de la muerte de su hijo Emerico en una cacería, cuando ya estaban preparadas las cosas para hacerle el traspaso del poder. En esta ocasión se le oyó decir «Dios lo amaba mucho y por eso se lo llevó consigo».
Su talante piadoso y lleno de bondades no le impidió arremeter contra el emperador Conrado II de Alemania, cuando le invadió sus dominios; lo mismo hizo con Polonia, defendiendo sus fronteras, y pactando en la zona balcánica con el emperador Basilio II para asegurar sus límites. En el gobierno interno también hizo gala de los usos de la época de hierro en lo tocante a la represión de las supersticiones que ahogaban al pueblo, empleando un rigor que en los tiempos actuales causaría espanto y hubieran llevado a la descalificación inmediata de los métodos; pero en el siglo XI era el sistema, Esteban lo usó sin miedo para acabar con las bárbaras costumbres paganas, y hasta osó extenderlo a casos de blasfemia, adulterio, crímenes y otros pecados públicos. Ni tampoco fue menos recio cuando fue preciso abolir el sistema tribal y cambiar la administración territorial por treinta y nueve condados coincidentes con las diócesis existentes, o al ser necesario someter las insolencias de los nobles rebeldes en su mundo feudal en aras de la unidad nacional.
Hizo lo que estuvo en su mano para facilitar las peregrinaciones a los Santos Lugares y a Roma queriendo que sus súbditos tuvieran contacto con las fuentes de la verdad y de la fe; intuyó certeramente que ello repercutiría en bien del reino; llegó a construir hospitales en Jerusalén, Constantinopla, Roma y Rávena.
Cansado con las intrigas, inquietudes y maquinaciones por el asunto de la sucesión al trono, ya anciano, murió en el año 1038. Lo enterraron en Szekesfeshervar. Y comenzaron inmediatamente las peregrinaciones del pueblo a su tumba por venerar los restos de quien había sido su buen rey cristiano, padre de pobres, guerrero y creador de un reino fiel a la Iglesia. Se agrandaron con las de los de los países vecinos, principalmente de Alemania y Bélgica.
Sus reliquias fueron expuestas en tiempo de Gregorio VII con el consentimiento del papa, y eso equivalía a la canonización actual.
El que la iconografía nos lo muestre anciano y con manto en los hombros a modo de casulla quizá nos quiera recordar que animó a su gente a ponerse en camino y a peregrinar, o que ayudó a peregrinos en su deambular, o que la vida es camino para la eternidad.