Santos: Eulogio de Córdoba, Britwaldo, obispos y mártires; Pedro, Marcelino, obispos; Basilisa, Marciana, vírgenes; Vidal, Revocato, Fortunato, Julián y Basiliso, Anastasio y Antonio, Celso y Marcionila, Epicteto, Jocundo, Segundo, Adriano, Pusilana y Favila, mártires; Adrián, abad.
El siglo IX sitúa a Eulogio en la historia porfiando de continuo con el Islam. Nace el santo hacia el año 800 en una familia de rancio cordobés. Se educa entre el clero de la iglesia de san Zoilo y también goza, junto con el conocido Álvaro de Córdoba y otros, de la beneficiosa influencia del abad de santa Clara, Esperaindeo. Su vida es una permanente e inquebrantable adhesión a la fe y a las tradiciones patrias. Quizá por eso se pensó en él como sucesor de Wistremiro, arzobispo de Toledo.
Entra en el estamento clerical acompañado de un terrible sentimiento de indignidad. Tras un intento fallido de peregrinar a pie a Roma, empresa poco menos que imposible en ese tiempo, y otro no menos frustrado de contactar con sus hermanos que se trasladaron a las tierras del Rhin, visita los monasterios locales en torno a Pamplona y Zaragoza; en el año 845, los pasos pirenaicos están cerrados por las luchas de los hijos de Ludovico Pío. Pero en el noreste se hace con un precioso botín muy útil en el futuro de Córdoba: libros que han de servir para restaurar la cultura isidoriana en Al Andalus.
A su vuelta se convierte en el corifeo –maestro lo llaman– de una escuela que intenta defender la religión de los padres y pretende hacer resurgir el sentimiento nacional tan terriblemente humillado por los invasores islámicos. Aunque no se da una persecución cruenta, sí se hace cada día más difícil en Córdoba la vida para el cristiano. Las leyes nuevas sobre el matrimonio, el comercio y las posesiones, los impuestos, el sarcasmo de los gobernantes y la intransigencia fundamentalista de la gente van sofocando cada día la fe, haciendo de los cristianos ciudadanos sin derechos y colmados de obligaciones.
Con la muerte de Abd al-Rahman II (850) se desata un período de intolerancia islámica que provoca martirios. Los que han sabido ser fuertes no claudican y, llenos de fervor, manifiestan su protesta con la confesión pública de su fe ante el cadí con desprecio de sus vidas; los que renegaron en otro tiempo entienden que esta es la ocasión de lavar su culpa y proclaman ahora valientemente la fe en Cristo; todavía una tercera porción de cristianos que permanecían ocultos por imperativos de la ley salen ya de su anonimato y clandestinidad. Las cárceles se han llenado y el revuelo social es mayúsculo; tan grande es el alboroto que, a instancia del sultán, ha de intervenir el arzobispo de Sevilla, Recafredo –quien por cierto era metropolitano por las gracias del palacio emiral–, para prohibir y anatematizar los martirios voluntarios.
Eulogio y su escuela han influido de modo suave y decisivo en la respuesta de fe ante la provocación martirial. Es la época en que Eulogio escribe el Memorial de los Mártires plasmando por escrito testimonio de los héroes cristianos. En el año 851 lo meten en prisión, pero toma la medida represiva con aire de alborozo porque con los presos «está en familia», reza, escribe, consuela y anima. En la mazmorra conoce a Flora y María, a quienes da ánimos para la fidelidad hasta el fin y ahora decide escribir su Documento Martirial. Cuando, cerrada la escuela, es puesto en libertad intercambia por diez años la ciudad con el campo y escribe su Apologético para desautorizar a los detractores que por mediocridad y cobardía ridiculizaban la defensa de la fe hasta la muerte.
El encubrimiento que hizo en su propia casa de la joven cristiana Lucrecia –hija de padre musulmán y martirizada también– fue el detonante de su decisiva prisión y martirio. No dejó otra alternativa a los jueces cuando le proponían una simple apostasía material: «Será mejor que me condenes a muerte. Soy adorador de Cristo, hijo de Dios e hijo de María, y para mí vuestro profeta es un impostor».
Claro está que lo mataron; fue el 11 de marzo del 859. Y lo enterraron en la iglesia de San Zoilo. En el año 883 trasladaron los restos del mártir a Oviedo donde se conserva la urna en la Cámara Santa.
¡Muchas gracias, Padre de la mozarabía, por tu rotunda coherencia! Fuiste un ejemplo de resistencia, amante de la libertad, frente a los cobardes colaboracionistas utilitarios tan amadores de su vida que juzgaban tu pensamiento como un «suicidio». Tu inteligencia de la vida es modelo, ayuda y consuelo cuando se vive en tiempos blandos de solapada apostasía general.