Santos: Fidel de Sigmaringa, presbítero y mártir; Roberto, Benito Menni Figini, fundadores; María Eufrasia Pelletier, fundadora; Sabas, Alejandro, Eusebio, Neón, Leoncio, Longinos, mártires; Melito, Gregorio, Honorio, obispos; Egberto, presbítero; Diosdado, abad; Bova y Dova, abadesas; Daniel, anacoreta; Wilfrido, arzobispo; Francisco Colmenario, beato.
Fidel vivió en esa época de luchas, llena de recelo e inseguridad por motivos religiosos y políticos que sembraron el furor, las represiones violentas y la muerte en el corazón de Europa.
Sigmaringa es una ciudad de Suabia, a orillas del Danubio. Allí nació Fidel en el año 1577. Hijo de Juan Rey y Genoveva Rosemberger; un piadoso matrimonio católico con solera. Le pusieron por nombre Marcos, cuando lo bautizaron. Como estudió en la Academia Archiducal de Friburgo, de donde salió con dominio de latín, francés e italiano, se colige que su familia era noble o estaba cercana a la clase «top» del país. Se hizo doctor en ambos derechos.Un viaje organizado por el barón de Stotzingen para que sus hijos y otros conocieran Europa le dio a Marcus Roy la oportunidad de ponerse en contacto con el protestantismo, conocer su desorientación y descubrir los manejos con los que la nueva ola religiosa iba adquiriendo prosélitos. Abrió despacho de abogado en Ensisheim (Alsacia), pero lo abandonó muy pronto porque el modo de trabajar impuesto era a base de «arreglos» tan inmorales como injustos; la conducta de determinados colegas embaucadores le hizo aborrecer la profesión. ¿Cómo era posible ser al mismo tiempo cristiano y abogado?
Decide entrar en los capuchinos que, en ese momento, están en alza y muy extendidos por Alemania y Suiza. La lucha debió de ser dura contra sí mismo, porque todos los que le conocían bien le advierten que aquella decisión era enterrar talentos que había recibido de Dios, pero pudo más la llamada superior: «Quiero vivir en humildad, penitencia y sufrimiento. Salí desnudo del seno de mi madre y me despojo de todo para abandonarme desnudo en los brazos del Salvador». Tomó el hábito en Friburgo –ahora es fray Fidel– y se ordenó sacerdote en 1612.
Su predicación, mientras es responsable de los conventos de Friburgo, Rheimfeldem y Feldkirch, hace mella en los oyentes; es un sacerdote sereno, piadoso y documentado. Recorre Suiza, Austria y el sur de Alemania.
En 1622 se va a producir un cambio notable en su vida por la petición que hizo el archiduque Leopoldo de Austria a la Santa Sede, solicitando el envío de misioneros. La verdad es que hacían falta por la labor herética que habían realizado Zwinglio, Calvino y Ecolampadio; era una zona infectada por la herejía; Suiza fue uno de los países que más sufrió las consecuencias del protestantismo, llegando a la división del país: Berna, Zurich y Ginebra eran ciudades protestantes, mientras que Lucerna, Zug y Friburgo permanecían católicas, y en la región de los grisones estaban mezclados. El caso fue que en aquella coyuntura cayó muy bien la petición en Roma, donde se acababa de fundar la Congregación de Propaganda Fide.
Fidel fue comisionado para realizar aquella labor evangelizadora y catequética al frente de diez misioneros capuchinos. Tan sabía a dónde iba que se despidió de los suyos antes de partir a los sitios ya trabajados anteriormente por Carlos Borromeo y Pedro Canisio. Comenzó a misionar el 14 de abril y murió el día 24, ¡diez días!
¿Cómo se desarrollaron los acontecimientos? Le invitaron unos herejes de Seewis; era domingo; decían que querían oír la Palabra de Dios de labios del famoso misionero. Fidel se confesó, celebró la Misa y marchó escoltado. Se encontró con la iglesia abarrotada de gente, pero mataron a la escolta e irrumpieron en el templo armados de espadas, mazas, trabucos y bombardas. Un golpe de espada en la cabeza lo dejó de rodillas, cuando se trasladaba de lugar le oyeron rezar «Jesús, María, valedme» y no le permitieron decir más porque le destrozaron el cráneo y le atravesaron con espadas.
Su sepulcro está en la catedral de Coira y su cráneo en el convento de Feldkirch. Los dos lugares fueron un manantial de milagros. Benedicto XIV lo canonizó el 26 de junio de 1746.
El misionero es el hombre que, por amor a Dios, ha dejado de lado lo que más puede atarle: la familia, el idioma, las costumbres… y voluntariamente se ha entregado para servirle todo lo que pueda y sin condición. Dejar la vida –algunas veces de modo violento– entra en su guión.