Santos: Benedicto II, papa; Pedro, Domiciano, Valeriano, obispos; Juvenal, Flavio, Flavia Domitila, Teodora, Eufrosina, Augusto, Agustín, Flavio, Cuadrato, Rufino, Saturnino, Euvaldo, Sixto, mártires; Alberto (labrador), confesor; Sereno, abad; Inocencio, diácono.
Flavio Clemente es sobrino del emperador, está casado con Flavia Domitila, ambos se han hecho cristianos y él es cónsul en el año 95. El emperador es Vespasiano; tiene dos primos carnales, Tito y Domiciano, y, al no tener el emperador descendencia directa masculina, debería dejar su puesto a uno de los hijos de Flavio Clemente según el derecho romano. ¡Poco faltó para que la Iglesia tuviera en el primer siglo un emperador cristiano!, pero no solo no fue así, sino que el emperador Domiciano desató una violenta persecución.
No distinguían muy bien por aquel entonces los que mandaban en Roma entre judíos y cristianos; los llaman simplemente paganos porque ni unos ni otros adoraban las imágenes de los ídolos por seguir los Libros Santos. Vespasiano y Tito habían hecho la guerra y destruido la Ciudad Santa; los judíos y cristianos –que para ellos es igual– deben pagar impuestos. Como las cuentas cantan, Domiciano advierte por el monto de la recaudación el gran número de paganos que hay en el Imperio y ve que están presentes en todos los estamentos. Piensa que la depuración étnica se impone y Flavio Clemente, entre muchos, es denunciado –dice Suetonio «con acusaciones muy endebles»– y martirizado junto con su mujer, o quizá esta fuera mandada al destierro a la isla de Pandataria, como era costumbre entre los romanos para la gente noble. Así se concluyen los datos que proporciona la historia bien documentada.
Pero, así como la historia ofrece unos datos seguros y fiables, la leyenda marca el paso de la historia a la ficción en la historia novelada para gusto y edificación de los cristianos cuando se habla de Flavia Domitila. Más que admitir la existencia de dos Flavias en el mismo tiempo y lugar, según los datos que se tienen, parece lo más probable y sensato aceptar la lectura en novela de la mártir Flavia Domitila, desdoblada.
Así nos encontramos con una novela de altos vuelos literarios en la que, con la base firme de la existencia de una mártir perteneciente a la más alta nobleza, se narra un destierro de Flavia, joven prometida de un joven pagano llamado Aureliano; los esclavos Nereo y Aquiles –cristianos convertidos por el apóstol Pedro– terminan por convencer a la novia para que acepte la virginidad rechazando la boda prevista. Se anota la esperada reacción violenta del joven pagano despreciado: denuncia como cristiana a la novia y la destierran a la isla de Poncia. La imaginación del autor hace intervenir al papa Clemente consagrando la virginidad de Flavia Domitila. Hay enredos entre amigos de la magia y adivinación, por una parte, y testigos que narran lo que pasó entre Pedro y Simón, el mago, por otra. La protagonista que ocupa el centro del relato es un ejemplo de pulcritud y sensatez, y mantiene el nervio de la historia con la valentía del seguimiento a Jesús ante la autoridad constituida, apareciendo también momentos de dudas que mantienen el suspense sobre los inciertos resultados de su elección, y ¡cómo no! su apostolado. Se desarrolla abundante doctrina para proclamar –en demasía– la excelencia de la virginidad sobre el matrimonio. El guión no está exento de elementos dramáticos que mantienen la atención de los lectores y oyentes con los enredos de seducción por parte de Aureliano, que acaba trágicamente muerto por la decepción y el rechazo. También se condenan las orgías propias del tiempo y la vanagloria de quien no tiene más perspectiva que la vida presente. La vuelta del destierro, además de poner fin a la preciosa novela ejemplar, sirve para describir el martirio con formas adecuadas al estilo del relato: Flavia Domitila y sus dos sirvientas neoconversas por su ejemplo y palabras –también vírgenes cristianas– acaban quemadas vivas en su propia casa de Terracina por denuncia de paganos.