Santos: Francisco de Asís, fundador; patrono del gremio textil y veterinarios; Pedro, obispo y mártir; Marco, Marciano, Acepsimas, León, Isidoro, Quintín, Tirso, Bonifacio, Adaucto, mártires; Joaquín, Petronio, obispos; Crispo, Cayo, Hieroteo, Francisco Titelman, confesores; Paulo el monje; beato Diego Luis de Sanvitores, mártir.
«O por fraile o por hermano, todo el mundo es franciscano.» ¡Fue la revolución! ¿Cualidades humanas? Un montón; y con la gracia, su talento humano fascinaba con su extraordinaria amabilidad.
Pedro Bernardom, su padre, rico mercader en telas; la madre es la piadosa madonna Pica. Él se reveló como enamorado de la vida y a ella se entregó. Altruista, jovial, soñador. Es líder entre los jóvenes a la hora de organizar juegos, armar bulla y liarse en jolgorios. Con porte elegante, fino en el vestir, cabello cuidado, generoso leal y delicado en el trato. Arrastra en las fiestas dentro de los parámetros cristianos.
Supo cantar cuando estuvo enfermo y enseñó a estar alegre en la pobreza, llevando a los demás el convencimiento propio: tener a Dios es lo más.
Hay guerra en Asís entre nobles y plebeyos. Se afilió con el débil y perdió, como suele pasar casi siempre, porque en esta ocasión los grandes se habían aliado con los de Perusa y no hubo nada que hacer. Pasó un año en prisión, cuando él tenía solo 20. En 1203 se le vio sufriendo graves fiebres. En 1205, peleón, se va al sur de Italia para luchar contra el Imperio, poniéndose al lado de Inocencio III.
Pasó una buena crisis. Desde 1205 a 1208 parece otro. Ya no le llaman las fiestas; se encuentra abandonado de sus amigos de jarana de siempre. Se empieza a distanciar de su padre, hasta el extremo de llegar –en discusión con su progenitor y en presencia del obispo– a quitarse los vestidos que llevaba puestos; comienza a vérsele con extrañas amistades: los más pobres y harapientos; restaura tres ermitas de Asís que estaban en ruinas. Ante toda la gente que le conocía y entre el círculo de amistades familiares está llevando un comportamiento absurdo.
El 24 de abril del 1208 fue para él un rayo de luz salido del Evangelio. Jesús ha enviado a los apóstoles por el mundo para hacer el bien al universo. Se dejó ver por Asís con una túnica y capucha de aldeano, ceñido con una cuerda y predicando con el entusiasmo habitual recobrado la pobreza y la caridad cristiana. Esperan su fracaso, pero aquello va a más. Hasta gente importante como el canónigo Pedro Cattani y el sesudo rico Bernardo Quintaval se arriman a su manía junto con el sencillo y pobre Gil de Asís. En la ciudad, todos se quedan viendo chiribitas por lo que pasa con Francisco y los suyos. Se le unen ocho más. Y ya está pensando Francisco en hacer un pequeño programa de vida para ellos. Ni siquiera el papa Inocencio III ve claramente que se pueda vivir como él se propone. Los franciscanos nacieron en el 1209, cuando con sencillo tono dice el de Asís al papa: «¿Es entonces imposible vivir el Evangelio?».
La pobreza de Francisco es la solución al problema de la Iglesia, cuyos hijos están por todas partes –laicos y eclesiásticos– montados sobre la riqueza o a su búsqueda, atados con demasiada frecuencia al afán de poder y al ansia de dominar, defendiendo lo que se tiene y anhelando tener más. Mira por donde, aparecen aquellos hombres desprovistos de todo, descalzos, renunciando a todo, dependiendo de la caridad no exigible de los demás y con indumento burdo vestidos a lo hippy de los sesenta, transmitiendo el Evangelio, fieles a la Iglesia, y pletóricos de alegría.
Y sin saber cómo puede pasar, se le pega gente. Hasta mujeres, con Clara, van formando la Segunda Orden, que son las Damas de San Damián. Y hasta para seglares o laicos que pretenden vivir el espíritu pero tienen impedido el modo, nace la Tercera Orden.
¿Pobreza como cosa y empeño principal? Sin amor a Jesucristo sería necedad. Las cosas protegen de Dios, cuando no se las tiene ni se las desea, solo queda darse y eso es pobreza. Lógica extraña del santo que su tener es no tener, consiguiendo en este arte de la posesión en Dios y con Él a la Creación. Por ello, nadie amó tanto a la naturaleza, al sol, a la luna, al agua llamando hermano al sol, al lobo, al fuego y a la muerte. «El Amor no es amado» delata su fina sensibilidad. ¿No se le vio desnudo? ¿No estuvo leproso? ¿No es la Iglesia su esposa? ¿No es el papa su Vicario? Todas las piezas del puzzle encajan en la caridad que es Amor. Ya se explica que se relamiese el Poverello los labios cuando oía pronunciar el nombre de Jesús. Y por ello, se deleita y aprende contemplando la Pasión y anhela la Eucaristía. En Greccio, el 1223, montó la representación plástica del Nacimiento de Jesús en Belén que fue el comienzo de todos los belenes navideños en los hogares cristianos.
Predica con hambre de almas por toda Italia central: Umbría, Toscana, la ciudad de Arezzo, Florencia… con predicación tan sencilla que más parece charla plagada de ejemplos. ¿Deseos? Todos. Proyecta ir a los Santos Lugares –aunque sea como polizón–, peregrina a Santiago en España, y a Marruecos donde viven los moros que no conocen a Jesús.
Es preciso organizar la Fraternidad con la ayuda del cardenal Hugolino. Y lanzar a sus huestes en guerra de paz por tierras de infieles.
Las llagas se las quiso impresionar Jesús en el monte Alvernia en el 1224. Muere junto a la Porciúncula, cuando llegaba la noche del 3 de octubre del año 1226.
Con su nueva manera de ver las cosas, renovó a la Iglesia dejando en su seno un chorro de paz.