Nuestra Señora de la Fontcalda. Santos: Egidio (Gil), abad; Terenciano, Victorio, Constancio, Melecio, Prisco, Lupo, Sixto, Támaro, obispos; Anmón, diácono y mártir; Leto, Régulo, Vicente, Arturo, Inés, Castrense, Rosio, Heraclio, Secundino, Adyutorio, Marcos, Elpidio. Canión, Vindomio, mártires; Ana, profetisa; Verena, virgen; Josué, patriarca; Gedeón, juez.
En la Sagrada Escritura, con no poca periodicidad reiterativa, se presenta una secuencia de cinco pasos perfectamente definidos que describe cierto modo de obrar Dios con su Pueblo y, de modo recíproco, del hombre con Dios. Consiste en describir, en un primer paso, la bondad de Dios que colma a su criatura de bienes; a continuación se presenta la mala respuesta libre del hombre, que elige el desorden moral llamado pecado en cualquiera de sus clases; luego viene el consecuente castigo divino, que intenta hacer ver la importancia del error voluntariamente cometido; se llega así al arrepentimiento sincero manifestado de múltiples formas y, por último, queda restablecida la armonía de la situación primera entre Dios y el Pueblo con el perdón generoso y abundante. Tal parece ser la intervención divina en tiempos de Gedeón.
El libro de los Jueces presenta a estos personajes llamados «Jueces» como libertadores de la opresión. Están situados en el tiempo allá por el siglo XII antes de Cristo.
Concretamente, Gedeón es presentado como hijo de Joás y perteneciente al clan de Abiezer, dentro de la tribu de Manasés y nacido en la región de Galaad, desde donde emigró a Ofra o Efra.
Su nombre significa «cortador»; pero se le llamó también Yerubaal, que quiere decir «destructor de los Baales».
La situación del pueblo en su época es de puro desastre tanto si se la mira desde el aspecto religioso, como si se le estudia desde el punto de mira de lo político o social. Está cercado de enemigos y entregado a los madianitas por sus pecados de idolatría, llegando a soportar una opresión extrema hasta el punto de verse obligado a buscar refugio en los huecos de las peñas en lo más abrupto de las montañas. La liberación del pueblo realizada por Gedeón es extraña por la manera de realizarse el triunfo militar.
¿Qué pasó?
Las tribus nómadas vecinas del territorio de Gedeón han organizado un plan de conquista pacífica. Con el pretexto de alimentar a sus ganados, ocupan temporalmente la planicie de Yezrael. Los invasores ocupantes son los amalecitas, los madianitas y otros más. Arrasan el campo después de haber aprovechado sus pastos. Solo dejan tras de sí ruina y pobreza. Son muchos: ciento treinta y cinco mil hombres que forman todo un ejército. Y ya van por el séptimo año que realizan sus incursiones devastadoras.
Yahvé ha decidido poner fin a la situación del pueblo porque ha juzgado suficiente el castigo para expiar su culpa por haberle abandonado y dado culto a los Baales. El instrumento elegido es el juez Gedeón. Hay revelaciones arcanas. El juez convoca a las tribus dispersas y un toque de clarín o el sonido del cuerno empieza a sonar por los montes. El signo de la verdad está dispuesto: un bastón de mando y el fuego preparado para la oblación sagrada.
Pero quiere Dios que todos vean con conciencia clara que la salvación es cosa suya y no del pueblo; Yahvé ha tomado la iniciativa de la liberación y él la llevará a término. De los treinta y dos mil hombres reunidos, Gedeón seleccionó solo diez mil. Más aún; de estos, solo los trescientos que en la fuente de Harad bebieron agua de pie, tomándola en sus manos, serán elegidos; mientras que quienes bebieron de rodillas, aplicando los labios directamente al agua, se excluyeron.
También Dios dijo el modo de vencer al enemigo insolente, aguerrido y numeroso. Formarán tres grupos de cien hombres. Las armas serán una olla en la mano derecha y una antorcha en la izquierda. Por la noche, se infiltrarán en el campamento enemigo por tres sitios distintos, rompiendo las ollas, sonando las trompetas y gritando a voz en cuello. El fenomenal barullo siembra tal confusión en el campamento enemigo que terminaron matándose entre ellos. Los pocos huidos fueron esperados en el paso del Jordán, donde se culminó la gesta con el exterminio.
Con Gedeón, Yahvé Dios regaló a su pueblo cuarenta años de paz.
Y murió, como todos. Lo enterraron en Efra, en el sepulcro de su padre Joás.
Tuvo muchas mujeres, pero eso no era malo en su tiempo. (Para evitar relativismos y no dejar caer en la trampa al lector, debo advertir que la revelación de la verdad plena, aun en los asuntos de ley moral natural –como es el caso de la poligamia–, no llega con claridad total hasta Cristo con la interpretación y perfeccionamiento de la ley mosaica.) Y de hijos… ¡un montón! … se contaban setenta, y eso era tenido por todos como signo de bendición.
El autor de la carta a los Hebreos menciona a Gedeón, destacando su fe, y lo pone al nivel de Sansón, Jefté, David, Samuel o los Profetas, como conquistador de reinos y gente de justicia que alcanzó las promesas. Luego, la Iglesia, como lo cita laudatoriamente el autor sagrado, lo incluyó en el Martirologio Romano.
La frase «morir en buena vejez», que la Biblia incluye en el relato de su vida, se entiende referida, más que a la cuantía de años, a la bendición de Dios sobre su persona en premio a la fidelidad, como lo dice también de Abrahán, de David o de algunos profetas.