Santos: Pedro Crisologo, presbítero y doctor de la Iglesia; Juan Damasceno, presbítero y doctor de la Iglesia; Clemente Alejandrino, confesor; Annón II, confesor; Bárbara, Emérita, Teófanes, Isa, Tecla, mártires; Bernardo, Cristiano, Félix, Mauro, Melecio, Marutas, Osmundo, Annón, obispos; Wisinto, monje; Jerónimo de Ángelis y Simón Jempo, mártires en Kapón.
Pocas noticias fidedignas tenemos sobre su vida porque la primeras de las que hay constancia son las escritas en árabe o griego a partir de los siglos X y XI y no tienen sentido crítico. La Vida es del siglo x, está atribuida a Juan, el patriarca de Jerusalén, y de ella dependen las demás. Los datos seguros hay que buscarlos en su propia obra y de las alabanzas que le dedica el concilio II de Nicea.
Nació Juan Damasceno entre los años 650-674, en el seno de una familia árabe acomodada de Damasco (Siria); su padre se llamaba Sargum ibn Mansur, cortesano y probablemente recaudador de impuestos de los cristianos que iban a parar a las arcas del califa. Todo apunta a que su hijo Juan le siguió en la carrera dentro de la administración del califato. Un buen día dejó sus quehaceres monetarios y se retiró al monasterio de Mar Sabas, en el desierto entre Jerusalén y el mar Muerto. Se hizo sacerdote. Destaca por sus conocimientos de filosofía y, sobre todo, por la talla espiritual y científica; predicador deseado en Jerusalén, amigo y confidente del patriarca Juan IV, consejero de obispos y empedernido peleón en la lucha iconoclasta. Debió de morir con edad avanzada.
Hombre de vasta cultura teológica y con apasionado amor a Jesucristo y a Santa María, está colocado entre los hombres ilustres de la Iglesia a la que iluminó tanto con su virtud como con la ciencia.
Es el último gran teólogo de la iglesia griega. Puso sus firmes conocimientos filosóficos al servicio de la teología, sin intentos originales, ni piruetas inventivas, pero con fino sentido teológico que sabe excluir lo personal o dudoso y recoger para su pretensión expositora lo que ya es herencia y patrimonio de la elaboración teológica.
Toca el arco completo del saber teológico de su tiempo; pueden destacarse entre sus escritos filosóficos y dogmáticos Fuente de conocimiento, De fide ortodoxa, Sobre la Santa Trinidad, Exposición y declaración de fe (que recitó el mismo día de su ordenación sacerdotal); sobresalen entre sus obras polémicas Contra los nestorianos, Contra los jacobitas, Sobre el Himno del Trisagio y tres Discursos a favor de las sagradas imágenes; enriquece el campo de la exégesis bíblica con algunos Comentarios a las cartas de San Pablo, y su tratado Sobre las virtudes y los vicios del alma y del cuerpo se cuenta entre las obras ético-morales. También se conservan diversas homilías sobre la Virgen y algunos cantos e himnos compuestos por él y muy venerados en la liturgia oriental con motivo de las fiestas del Señor.
Es conocido como un gran compilador y resalta su gran precisión terminológica y conceptual para la exposición de la fe, sobre todo en la muestra del misterio de la Encarnación. Con su capacidad de síntesis y espíritu universal, recoge los datos de la teología anterior sin que mencione expresamente las fuentes que utiliza; no obstante, tras sus escritos se adivinan las obras de Atanasio, Basilio, Gregorio Nacianceno, Cirilo de Jerusalén, Juan Crisóstomo, Nemesio de Emesa, Cirilo de Alejandría, el Pseudo Dionisio, Leoncio de Bizancio y Máximo el Confesor. Todos son autores de Oriente; da la impresión de no conocer occidentales, salvo el Tomo a Flaviano de san León y poco más.
León XIII, el 19 de agosto de 1890, lo proclamó Doctor de la Iglesia.