Santos: Juan Eudes, presbítero; Magno, obispo; Badulfo, monje; Donato, Bartolomé, Bernardo, Calminio, Elafio, confesores; Bertolfo, abad; Enán, Mariano, eremitas; Julio, Andrés, Flaviano, Rufino, Timoteo, Agapio, Tecla, Valentín, Leoncio, mártires; Luis, obispo de Tolosa; Sara, mujer de Abrahán.
Un normando de pro en el siglo XVII, caracterizado por la terquedad en sus decisiones; de carácter brusco y poco simpático a juicio de sus contemporáneos. Hizo mucho bien a la Iglesia en aquel momento a pesar de que los eclesiásticos de entonces se encargaron de hacérselo muy difícil. Gracias a la perseverancia, a saber lo que Dios le pedía y a la tenacidad en su oscuro y difícil trabajo contribuyó a la edad de oro del despertar religioso de su país, cuando Francia salía de las guerras de religión.
En la historia de su vida no ha tenido acceso la fábula. Nació en Ir, en la diócesis de Seez, el 14 de noviembre del primer año del siglo. Su padre, Isaac Eudes, iba para cura y se quedó en subdiácono; rezaba el Oficio Divino cada día como secuela de su condición que tuvo que interrumpir por verse obligado a levantar la casa familiar, cuando la peste; se casó con Marta Combin, fueron buenos cristianos y tuvieron a su hijo Juan, que se educó con los jesuitas de Caen.
Juan fue ordenado sacerdote en el año 1625 y celebró la Primera Misa en el Oratorio de París fundado no mucho antes por el P. Bérulle; dos años atrás había conocido el espíritu de los oratorianos en la casa abierta en Caen a los que se afilió. El P. Bérulle fue un hombre santo profundamente preocupado por la situación lastimosa del clero francés ignorante y libertino de su época, llegó a ser cardenal e influyó de modo muy notable en Francia. En el año 1640 hizo a Juan superior o rector del Oratorio de Caen y desde allí se organizaron misiones para revitalizar la fe cristiana en la gente de los alrededores; hay frutos, pero lo malo del caso es que no maduran debido, en gran parte, a la situación tan deteriorada del clero.
Piensa Juan dedicarse a atender especialmente a los sacerdotes de cuyo ministerio va a depender de modo primordial que los cristianos corrientes puedan vivir su fe. Con dolor de su corazón decide dejar el Oratorio y poner en marcha el nuevo proyecto que incluye también la creación de seminarios. Encontró apoyo en el cardenal Richelieu, pero se murió y Juan quedó sin valedor. Pudieron arreglarse las cosas y en 1643, de nuevo en Caen, funda un Instituto cuya finalidad será poner formación y espíritu en los sacerdotes y ayudar a quienes se preparan al sacerdocio para que sean curas y vivan como tales.
A partir de este momento, va a comenzar para Juan Eudes toda una ristra de dificultades, contratiempos, calumnias y persecuciones que no le dejarán hasta su muerte. Primero serán las autoridades locales y provinciales las que no resistieron su lucha por la ortodoxia: el obispo Malé llegó a cerrarle el seminario recién fundado en Caen, clausurándole la capilla y el culto. Luego serán las autoridades nacionales que ponen todo tipo de tropiezos a su gestión y defensa; fue alma sufriente ante la poderosa y eficaz resistencia con todo tipo de trabas y de juego sucio, a veces abierto y otras solapado, que llegó a utilizar medios ilícitos para hacerlo desistir de su intento; el mismo rey Luis XIV hasta el momento complacido con su labor, llegó a creer las insidias, le retiró su apoyo y lo mandó desterrar. Por último, serán también las Congregaciones Romanas las que se resistan: sus detractores oratonianos, jansenistas y lazaristas consiguen impedir que en Roma aprueben la Congregación de Jesús y de María, llegando hasta el soborno de su secretario para conseguir la traición. Tuvo que ser la Asamblea de obispos, reunida en Meulan en 1674, la que examinara el asunto y declarara con su dictamen la inocencia de Juan Eudes.
Como promotor de los seminarios (después se llamarán «eudistas»), hay que consignar que, además del fundado en Caen –clausurado en 1650 y vuelto a abrirse en 1653–, con su espíritu terco pudo erigirse otros en Coutances, Lisieux, Evreux y Rennes.
En cuanto a su trabajo como predicador de la genuina fe hay que mencionar las múltiples misiones llevadas a cabo en su tierra normanda que recorrió en todas direcciones, restañando todas las heridas que encontraba; predicó en las importantes de Bretaña, Picardía; las de Ile-de-France, Perche, Brie y Borgoña se arremolinaron bajo su púlpito como las más populosas de Caen, Rouen, Autun, Beaune y el mismo París. La gente acudía a escuchar su palabra fuerte y vigorosa llamando con claridad a la conversión; de ese modo lo supo y quiso hacer sin respeto humano en Saint-Germain-des-Près, cuando estaba presente la reina y la Corte y predicaba el juicio de Dios sobre quienes despilfarran en fiestas, mientras a su lado se muere la gente de necesidad.
También fundó la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad con la finalidad de ayudar a sacar de la mala situación a las mujeres víctimas del vicio.
Puede ser considerado con verdad el precursor de la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María antes de que fuera instituida su fiesta litúrgica.
En el mes de junio de 1680 reunió al Consejo de su Instituto, dimitió de su función de gobierno y murió, pasados dos meses, el día 19 de agosto.
A fin de cuentas, cumplió con su obligación, casi siempre a contrapelo, aunque tuviera carácter brusco y no disfrutara del don de la simpatía. Lo hizo bastante mejor que sus detractores por más que ellos fueran simpáticos, suaves, condescendientes y se consideraran en la Iglesia como los únicos amos del cortijo; quizá si hubieran pensado que cuanto más alto, más y mejor hay que servir…