La Cátedra de San Pedro Apóstol. Santos: Papías, Abilio, Pascasio, obispos; Eugenio y Macario, mártires; Margarita de Cortona, Aristión, discípulo del Señor; Rainiero, Atanasio, confesores.
El Evangelio da la clave. Uno de los textos neotestamentarios lo escribió Mateo, el de los impuestos, y dice así: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que atares en la tierra será atado en el Cielo y lo que desatares en la tierra será desatado en el Cielo».
Es la promesa de Jesús hecha a Pedro de un primado, preeminencia o principalidad entre sus colegas apóstoles. Los verbos están en tiempo futuro y hablan de algo que se hará más adelante. En esta ocasión, las palabras de Jesús vinieron después de una profesión de fe explícita hecha en voz alta por Pedro a una pregunta que hizo el joven rabí. El hebraísmo –forma de expresión netamente hebrea– habla de la autenticidad del texto. Las metáforas o figuras literarias son sumamente descriptivas y traslucen la transmisión futura de unos poderes que exceden las posibilidades o exigencias meramente humanas. El resumen entendido por los apóstoles es que Pedro ocupará un lugar, desempeñará una labor especial, en la Iglesia que Jesús tiene voluntad de fundar. De hecho, y aunque esto quizá suponga una digresión, así lo entenderán en lo sucesivo los que escucharon sus palabras y así actuarán en consecuencia desde que desapareció la amable figura de Jesús cuando marchó al Cielo. Pedro será el punto de mira y de referencia, en él está la plenitud del poder para gobernar, enseñar y santificar. Él y luego sus sucesores hasta el fin de la vida del hombre en la tierra serán los genuinos intérpretes de la ley evangélica.
Pero los privilegios serán un servicio, no algo de lo que saque beneficio el portador. Pedro será la roca, el cimiento, lo que da consistencia a la totalidad del edificio y sin quien no hay seguridad.
La Cátedra es la silla, el trono, el asiento; hace referencia al lugar desde el que se ejerce el ministerio, el encargo recibido. Pero no solo al lugar, también hace referencia a la autoridad. Cátedra es igualmente símbolo de responsabilidad, ser la cabeza visible del Cristo invisible es tanto en lo humano que hace necesario el testimonio de la tradición para asegurar la voluntad fundante de Cristo.
Ahora es Lucas, el evangelista médico que puso por escrito la predicación de Pablo, quien ofrece otro texto evangélico que sirve de referencia más concreta sobre la intencionalidad de Jesús sobre Pedro: «Yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, confirma a tus hermanos». El episcopado de Pedro lleva la nota peculiar de universalidad que comprende la vigilancia sobre los otros apóstoles. En Pedro, está residiendo todo el poder de guía e interpretación de la doctrina.
Y Juan, el apóstol joven que entiende de intimidades y testigo del diálogo entre Jesús resucitado y Pedro, escribirá que escuchó junto al lago, por dos veces, «apacienta a mis corderos», y una vez más, «apacienta a mis ovejas», cuando Cristo parecía brindar por tres veces al apóstol débil la oportunidad de subsanar su triple negación. El pueblo cristiano, el conjunto de los bautizados –pastores y simples fieles– será, en cada momento de la historia, como el rebaño confiado que es preciso alimentar, vigilar, custodiar y defender.
Bernini, en su «Gloria», quiso expresar todo esto de modo colosal, monumental, con su obra dentro de la basílica de San Pedro, metiendo la silla de madera que por tradición inmemorial había usado el apóstol Pedro, como en gigantesco relicario, recubierta de bronce y oro e irradiándola el Espíritu Santo con su asistencia.
Pedro tiene las llaves, el poder de abrir o cerrar; recibió el poder de atar o desatar y se le aseguró la valía ante Dios de su decisión. Así lo profesa la Iglesia; y lo entiende como carisma especial, como don; no por listeza o cualidad personal, sino como seguridad para cumplir el oficio, el encargo, la misión de expresar con claridad la Verdad sin error en lo tocante a la fe, a la moral, al camino; sin miedo de extraviar y sí con la certeza de conducir a la patria, al puerto, a la vida –son metáforas imperfectas– que llama Cielo, y en lo que está la Gloria de Dios.
La historia y la Liturgia testifican la importancia de la Cátedra de San Pedro como centro de unidad en la fe. Ya se celebró en el siglo IV, y se extendió por el mundo. En el siglo V consta ya en la España visigoda.