Santos: Lorenzo de Brindis, presbítero y doctor de la Iglesia; Abamón, Adrián, Elio, Víctor, Práxedes, Julia, Claudio, Justo, Jocundo, Alejandro, Longinos, Feliciano, Juan, mártires; Alberico Crescitelli, sacerdote mártir, Ana Wang, joven, Andrés Wang Tianquing, niño, y compañeros mártires chinos; Arbogasto, abad; Domnino, Ignacio, Crimoaldo, Gondulfo, confesores; Zótico, obispo; Reinilda, virgen; Juan, monje; Daniel, profeta.
Nació en Brindis en 1559, a tres años de que el Concilio de Trento pusiera fin a su tarea de aclarar la fe de la Iglesia en los puntos negados por la herejía, y unos días antes de que muriera el duro e intransigente papa Paulo IV –ese que hartó tanto a los romanos que se atrevieron a derribar su estatua–, y al que sucedió Pío V, firme y santo, pero más flexible.
Su familia noble y distinguida le puso nombre de emperador: César. Siendo adolescente quiso hacerse franciscano conventual, pero aquella intentona terminó en fracaso. Al salir del convento marchó con su madre a refugiarse en Venecia, donde se encontraban más al abrigo de las posibles y temidas invasiones de los turcos que amenazaban las orillas del mar en la punta de la bota italiana donde se encontraba la vivienda familiar de los Rossi.
El 17 de febrero de 1575 se hizo capuchino en Verona, esta vez en serio, y cambió César por Lorenzo. Estudió en la universidad de Padua, especializándose en Sagrada Escritura; adquirió un extensísimo conocimiento de idiomas –latín, italiano, francés, alemán, griego, siríaco y hebreo–; en Teología no fue menos porque, aun antes de ser sacerdote, le encargaron la predicación de dos cuaresmas en Venecia, que resultaron con tal éxito que el papa Clemente VIII le mandó predicar a los judíos de Roma cuando se ordenó sacerdote.
Ocupó altos cargos en su Orden hasta llegar a elegirlo General para los años 1602-1605. Pero su labor principal fue la de predicador, polemista y diplomático; un todo revuelto, al estilo de la época. Lo mandaron a Austria en el año 1599 al frente de un grupo de capuchinos; estableció conventos en Viena, Graz y Praga. La gente va hablando de que a sus cuarenta años ya ha recorrido Italia; dicen que es un hombre austero, cultísimo, polemista excelente y predicador claro y sincero. Estas características quedaron bien probadas en Hungría, Bohemia, Bélgica, Suiza, Alemania. Francia, España y Portugal.
Se le vio combatiendo al turco en Hungría en 1601. El papa Clemente VIII envió a Lorenzo al emperador Rodolfo II, convencido de que en su persona mandaba a todo un ejército. Aunque pareciera exageración, porque lo que se necesitaban eran abundancia de brazos armados, el príncipe Felipe Manuel consiguió la victoria contra Mohamet III en Stuhiweissenburg que era un peligro inminente para toda Hungría, Austria y la Cristiandad entera por los ochenta mil turcos que intentaban avanzar. Aseguran que la imponente figura de Lorenzo, con su conocimiento de lenguas y el desempeño de su oficio de capellán, dio la moral suficiente a las tropas cristianas para vencer; arengó a las tropas, aconsejó a los generales y dirigió a las tropas sin más arma que el crucifijo.
Pero no quedaría su figura bien descrita sin hacer mención de su labor diplomática al más alto nivel. Intentó y hasta consiguió la liga de los príncipes católicos de Alemania, que tuvo la finalidad de hacer un bastión para frenar el empuje de los protestantes. Llevó adelante una misión oficial ante el príncipe Felipe III de España, consiguiendo su apoyo y la incorporación a la liga. También contribuyó a poner paz y concordia entre España y Carlos Manuel el Grande, en 1618, duque de Saboya.
Su obra escrita quedó en más de ochocientos Sermones entre lo que se cuentan los de tema mariológico y otros para la predicación dominical; también se encentran entre ellos panegíricos de santos y un sistemático conjunto propio para los tiempos litúrgicos de Adviento y Cuaresma. Se muestra con un magnífico exegeta en la Explicación del Génesis, donde aparecen sus profundos conocimientos de hebreo, caldeo y arameo que tanto le sirvieron en sus discusiones con los judíos para intentar su conversión. Su categoría de apologeta que lucha para la conversión de los herejes protestantes –emulando en dialéctica a san Pedro Canisio–, puede verse en Lutheranismi Hypotyposis, resumen de la polémica con el luterano Policarpo Leiser, consejero del príncipe elector de Sajonia.
Murió en Lisboa, el 22 de julio de 1619, cuando negociaba –en feliz legación desempeñada con un tesón infatigable, entre audaz y persuasivo– en Madrid y Lisboa, procurando defender a la ciudad de Nápoles de la tiranía del virrey Osuna. Trasladaron su cuerpo al convento de las franciscanas de Villafranca del Bierzo, en Galicia. León XIII canonizó al santo políglota en 1881. Lorenzo fue nombrado doctor de la Iglesia por Juan XXIII, en 1959.
A lo que parece, Lorenzo lo hizo muy bien trabajando y esforzándose por llevar las almas a Dios con escritos, controversias, disputas, y sermones; al fin y al cabo, para eso se hizo fraile. Pero no le viene nada mal a este mundo que alguien intente arreglarlo un poco más, aunque sea con la política y la diplomacia, si sabe hacerlo.