Santos: Lorenzo, diácono y mártir; Autor, Hugo, Blano, obispos; Basa, Paula, Agatónica, Jacobo, Abrahán, Beso, Ireneo, Aurelio, Asteria, mártires; Diosdado, confesor.
«Pax et Roma tenent» «Roma y la paz son una misma cosa» escribió Prudencio, poniendo en la boca del santo mártir Lorenzo palabras que muy posiblemente de él no salieron.
Su martirio dejó un recuerdo indeleble en la antigüedad cristiana a pesar de no quedar constancia histórica documental por escrito. Con el paso del tiempo y a la distancia de siglo y medio, san Ambrosio ya dejó algo escrito sobre él; luego será el zaragozano Aurelio Prudencio que murió por el año 410, cuando la invasión de Roma por Alarico al frente de sus godos. Así que el primero fue san Ambrosio, luego vino el Peristephanon y, por fin, Dante Alighieri.
Fue el más célebre de los mártires de la persecución de Valeriano. Murió dando testimonio de Jesucristo, el Señor, el 10 de agosto del año 258, entregando su vida por la causa de su Iglesia.
Lorenzo era el más importante de los siete diáconos de la Iglesia de Roma. La diaconía llevaba consigo atender a las necesidades de los cristianos más menesterosos y la predicación del Evangelio. Al ser el primero de los diáconos Lorenzo, tenía por oficio, además, la custodia y administración de los bienes eclesiásticos que en este tiempo, alternante entre persecuciones y bonanzas, no eran cuantiosos ni requerían más tiempo que el necesario para distribuir del mejor modo posible las limosnas que de los cristianos mismos se juntaban y remediar en lo posible las necesidades de los fieles más pobres y de los familiares que habían quedado desamparados –casi siempre huérfanos o viudas– por haber sufrido martirio sus padres o esposos. No era mucho lo que podían aportar aquellos cristianos; en su inmensa mayoría eran de oficio humilde y se ganaban la vida como zapateros, artesanos, carpinteros y herreros, cuando no servían como esclavos en las casas de sus dueños. Es verdad que entre ellos había algún rico, militares que cobraban su soldada y alguno que otro hacía de escribano o se dedicaba al comercio; pero estos eran menos.
Contra los cristianos había frecuentes calumnias; tantas que, a veces, ellos mismos tenían la sensación de ser socialmente considerados como un basurero por la maledicencia difundida a diario y que recorría la ciudad por los mentideros. La fuente fue casi siempre la ignorancia por parte de los paganos del hecho cristiano; a veces, fue la envidia por sentirse los paganos incapaces de vivir con la alegría, honradez y bondad que veían en ellos; otras veces fue la venganza la causa, porque alguien dejó a su novio por Jesús; quizá también pudo influir la imaginación popular que agrandaba las virtudes de los cristianos ininteligibles e interpretadas desde la malevolencia o desde el desprecio.
¿Pudo ser la ambición de los gestores del estado? Es posible que alguno llegara a creerse los bulos que circulaban por el pueblo. Sí, decían que los cristianos se entregaban a orgías nocturnas, generalizando la frecuencia y malinterpretando la celebración de la eucaristía o misterio; afirmaban que eran ricos en oro y joyas sin cuento; contaban que traían y llevaban dinero y riquezas de una parte a otra del Imperio.
El hecho fue, según nos ha llegado, que el mismo día o al siguiente –siempre las fuentes afirman que fue a raíz del martirio del papa Sixto II, al que separaron la cabeza del tronco–, tomaron preso al diácono Lorenzo. El capítulo de cargos en el proceso está basado en el cometido de su propio ministerio. Son las riquezas de la Iglesia las que buscan los jueces. Pasado el tiempo oportuno concertado con el tribunal, Lorenzo presenta al juez pagano las riquezas completas de la Iglesia, mostrándole la muchedumbre de pobres, lisiados, enfermos, viudas y huérfanos que pudo reunir en Roma y que él solía atender con las limosnas.
La decepción por tamaña «opulencia» lleva al juez al enojo por sentirse burlado, dictaminando la muerte sobre ascuas del insolente Lorenzo, que quiso engañarle dando miseria por riqueza, aunque con respeto. Un lecho de carbones encendidos hechos ascuas es la última cama en la tierra del diácono Lorenzo.
«Pax et Roma tenent» «Roma y la paz son una misma cosa» escribió Prudencio, poniendo en la boca del santo mártir palabras que muy posiblemente de él no salieron; quizá interpretó muy bien en su rebuscado verso la intención, vida y obra de Lorenzo. Dios quiere la fraternidad de todos los pueblos; la unidad ha de encontrarse en la identidad de fe y en la adopción de costumbres o modos de convivencia según el espíritu de Cristo. Aunque se intuye que esa paz y comunión solo se dará de modo definitivo, pleno y perfecto cuando estos cielos, tierra y hombres hayan pasado porque se han abierto los esjáticos cielos, tierra y hombres nuevos; cuando el más allá se ha hecho hoy y ese hoy no siquiera pueda pronunciarse con verdad por haberse convertido en ya o, mejor aún, en permanencia inmutable, sin cambio ni progresión a ningún otro punto alcanzable. Era interpretada la oración del mártir moribundo con hálitos de universal caridad. De este modo fue entretejida hermosamente por el poeta la vida y muerte de Lorenzo hecha canto. Quedó también exaltada por las tablas del Renacimiento, tanto en Flandes como en Italia, la figura agigantada de Lorenzo para no ser menos el pintor con sus pinceles que el vate con sus versos.