Santos: Santa Teresa de Calcuta, Lorenzo Justiniano, Taurino, Victorino, Avito, obispos; Herculano, Rómulo, Eudosio, Zenón, Macario, Urbano, Quincio, Arconcio, Donato, Teodoro, Menedemo, Censorino, Dídimo, mártires; Bertín, abad; Alberto, Guido, Aniano, Ansarico, Artión, confesores; Obdulia, virgen.
Modelo para contemplativos y activos.
Nació en Venecia el 1 de julio de 1381 en el seno de una familia ilustre.Su madre, Querina Querini, se quedó viuda muy joven; pero eso no es obstáculo para que administre su casa y se ocupe de que en su familia se vivan unos usos y costumbres de piedad doméstica tan habituales como son las góndolas en la calle.
Renunció Lorenzo a los planes casamenteros bienintencionados de su madre y al lujo y fastuosidad reinante en su entorno de abolengo. Lo vemos como eremita en la isla de San Giorgio a los veintiún años. Allí hace causa común con un grupo de clérigos que rezan, hacen penitencia, estudian y buscan denodadamente a Dios en ese siglo. Y pone en marcha la Congregación de Canónigos seculares de San Jorge.
Ordenado sacerdote a los veintiséis años, recuerda con su actitud la figura de las Órdenes mendicantes de otro tiempo: recorre pobremente los canales recogiendo limosnas, repartiendo amor de Dios y dando buen ejemplo. Va malvestido de esparto, con una cruz a la espalda y predicando que los pobres son los predilectos.
Elegido Prior de San Agustín, sigue la oración, la penitencia y la escritura de sus obras espirituales.
Ya obispo de Castello, convoca un sínodo, publica y hace cumplir sus conclusiones adelantándose a la Reforma que más tarde un fraile pediría… y no en silencio. Reza, se mortifica, dicta normas y predica contra los vicios de los grandes y del pueblo. Todo un ejemplo de buen gobierno, aunque no siempre reciba los aplausos de los poderosos, sino más bien sus críticas y desprecios.
El Papa Nicolás V lo nombra Patriarca de Venecia. Fue el primero y antecesor de otros de nuestro siglo que llegaran a ocupar, en el transcurso de la historia, la Cátedra de Pedro: San Pío X y Juan XXIII.
El concilio de Trento encontraría ya en Venecia un camino iniciado tanto en la teoría como en la práctica para lograr en la Iglesia la Reforma en la Cabeza y en los miembros. Con ello se muestra, una vez más, que los santos han precedido siempre a los herejes… y por los legítimos medios.