Santos: Norberto, Claudio, Alejandro, Juan, Justo, Vicente, Agobardo, Eustorgio, obispos; Artemio, Cándida, Paulina, Bonifacio, Amancio, Lucio, Alejandro, mártires; Hilarión el Joven, confesor; Felipe, diácono; Marcelino Champagnat, fundador.
Caminante infatigable en constante búsqueda de almas –cada una dentro de su cuerpo– por las orillas del Rin. Sin descanso y resistente al desaliento.
Norberto nació en un siglo turbio, el xi; vivió en época de antipapas, de confusión para dar y tomar, y con herejías y cismas, cuando el Sacro Imperio Romano iniciaba su franca decadencia. Parece que nació en el 1080, en el pequeño pueblo que se llama Santes, perteneciente a Clèves; su padre, Heriberto, está emparentado con el emperador; su madre, Haduvije, viene de la Casa de Lorena.
Lo educaron como corresponde a su rango; pero lo malo vino después. Su tío Federico de Corintia, el arzobispo de Colonia, lo hace clérigo, ese modo de vivir que en la época significaba honor y prebendas; él no tenía ninguna gana de llegar al sacerdocio. Su entrada en la clerecía solo era el primer paso para lograr una capellanía en la iglesia imperial de Santes con los pingües emolumentos que llevaba consigo y poder dedicarse a los placeres. Pues lo consiguió y más. Lo hicieron canónigo de la catedral de Colonia con lo que entró de lleno y por la puerta grande en la Corte. Le llueven las damas, nadando en la frivolidad. Para colmo, el emperador le hizo su limosnero. Esta escalada fulgurante lo metió por completo en el lujo del escenario palatino, donde abundan los bailes, las intrigas y las justas amorosas.
El problema de las investiduras no está ni mucho menos resuelto todavía. El emperador Enrique V dijo que estaba dispuesto a arreglar el asunto con el papa Pascual II durante las conversaciones de Sutri que terminaron en un preacuerdo, pero a la hora de poner los sellos en San Pedro, con toda la pompa papal desplegada como la ocasión requería, arremetió alevosamente contra el papa y los cardenales. Despojó a Pascual II de sus vestiduras y lo metió en prisión, mientras que en la ciudad de Roma se dieron todas las tropelías imaginables por parte de la soldadesca imperial que se entrega a la lujuria, al saqueo y al incendio.
La situación cambió a Norberto, acompañante del emperador. Desaprobó la conducta de su amo al verlo despojado de toda dignidad, en su salsa, como era, falso, arrogante y traidor. En Roma, se acercó a reverenciar al Pontífice a la cárcel y a ponerse a su disposición; a la vuelta, en Alemania, no aceptó el obispado de Cambray que el emperador le ofrecía.
Un día, cuando cabalgaba acompañado de su escudero camino de Wreten, cayó del caballo fulminado por un rayo, y dado por muerto. En el mismo momento de su recuperación decidió su cambio de vida y buscar la santidad; ya le ayudó el buen abad de Legeberg, haciéndole ver la necesidad de hacer penitencia por sus pecados.
Ahora sí que se determinó a hacerse sacerdote; al capellán real culto, brillantísimo, elegante como el primero y mundano de otro tiempo se le vio ahora descalzo, vestido con piel de oveja, clamando contra la simonía e invitando a sus compañeros clérigos a un cambio de vida; pero aquellos canónigos no habían tenido un rayo tan cercano que les motivara, no sentían muchas ganas de cambiar y ponerse a dar ejemplo; más bien le respondían echándole en cara sus amoríos anteriores y su vida mundanal. Cuando predicó en su primera misa, confesó con humildad y públicamente todas sus frivolidades escandalosas y terminó invitando a la gente de Santes a emprender como él el camino de la conversión.
Repartió entre los pobres todas sus riquezas; renunció a todos los cargos eclesiásticos y comenzó a deambular por las dos márgenes del Rin, predicando e instruyendo a la gente que estaba sumida en la más grande ignorancia. Vinieron milagros, don de lenguas, maravillas de la gracia. Él no deja de andar, sin que sea capaz de pararlo la meteorología, busca gente a la que hablar de Jesucristo; se le llenan los templos hasta abarrotarse y entre los oyentes abundan los letrados, los clérigos. La envidia –no podía faltar– de algunos y la maldad acumulada en su antiguo cabildo de Colonia motivaron que se le acusara con mentiras y calumnias, voceando que predicaba por su cuenta y sin encargo ni licencia. En 1118, el papa Gelasio II, que residía en Provenza, lo hizo su legado para predicar por todo el mundo latino, y se le unió el valón Hugo de Fosses, el capellán de su amigo Buscardo, obispo de Cambray, para predicar en una buena parte de Bélgica y en Laon donde el obispo quería que hicieran lo imposible para reformar a su clero, comenzando por el mismo cabildo. No lo consiguieron.
Después de asistir al concilio de Reims –reunido para intentar por enésima vez el arreglo del asunto de las investiduras que seguía coleando–, en 1121 y sobre las ruinas de una ermita abandonada, se edificó a costa del obispo de Laon, don Bartolomé, el primer monasterio en Premontré que Norberto fundó. ¿La regla? La de san Agustín. ¿Monjes? No; solo podrán entrar los clérigos, serán canónigos regulares, vivirán en común, con una ascética rigurosa en la que abunda la oración, el estudio, la penitencia y el silencio; no habrá clausura, ni estarán de por vida vinculados a un monasterio; lo suyo será caminar sin una moneda en la bolsa mientras aguanten los pies para predicar el Evangelio, confundir herejes, buscar pecadores e instruir en la fe a los ignorantes. El hábito de lana blanca comenzó a hacerse pronto familiar; cada hábito lleva dentro a un premonstratense lleno de celo.
Como Cluny está en crisis en todos los monasterios a los que se extendía su influencia, porque le han llevado a la decadencia las riquezas acumuladas, los privilegios que le concedieron los papas y la arrogancia del poder, se facilita que Francia, Alemania y Bélgica abrieran sus puertas a aquellos predicadores nuevos que llevaban aire fresco. En cuatro años ya hay nueve monasterios donde se forman los canónigos, que se reparten luego por los campos haciendo tanto bien. Y hasta aparece una rama secular y otra de mujeres a la sombra de las abadías; una anticipación de las futuras terceras órdenes del Medioevo.
Aclamado por el clero y por el pueblo, terminó Norberto siendo arzobispo de Magdeburgo, después de dejar a los premonstratenses bajo la guía de Hugo de Fosses. Su condición arzobispal no le libró de tener enemigos; ¡cómo andaban las cosas! por dos veces pudo escapar de los intentos criminales de sus clérigos.
Colaboró en la deposición del antipapa Pedro de León, el llamado Anacleto II, que se había hecho fuerte en el castillo de Sant’Angelo, comprometiendo al rey Lotario para que repusiera en su sede romana al verdadero papa Inocencio II.
Murió el 6 de junio de 1134.
Arrepentidos los quiere Dios.