Santos: Pascual Bailón, Teodomaro, confesores; Heraclio (Eradio), Pablo, Aquilina, Basilisa, Víctor, Adrión, Basila, Solocón, Panfermero, Panfilón, Minerco, Artemio, Galcoro, mártires; Celestino, Bruno, obispos; Restituta, virgen y mártir; Montano, eremita; Framequilda, viuda; Andrónico y Junias, discípulos del Señor; Pedro Liu, catequista laico mártir de China.
Martín Bailón e Isabel Jubera son pobres, viven como colonos de las tierras que pertenecen al monasterio cisterciense de Puerto Regio, en Torrehermosa de Zaragoza, perteneciente a la diócesis de Sigüenza. Allí nació su hijo Pascual –el nombre lo pusieron por coincidir con la Pascua– el 17 de mayo de 1540. Es el siglo XVI de la España Imperial.
Pascual cuidó de las cabras y ovejas desde los siete años; no había mejor modo de arrimar el hombro a la economía familiar.
Cuando creció pasó a servir a Martín García, poderoso señor, dueño de grandes posesiones que quiso hacerlo su heredero, pero se encontró con la negativa de Pascual, ensimismado en otros proyectos. Había pensado hacerse franciscano del convento de Nuestra Señora de Loreto, en Valencia, que hacía poco habían fundado los de San Pedro de Alcántara, y donde quería ser «la escoba de la casa de Dios».
El 2 de febrero de 1564 tomó el hábito en Loreto, donde estará nueve años. No hizo nada importante; solo lo que le mandaban; iba y venía, entraba y salía siempre con extremada alegría. Con esa misma disposición fue pasando por los conventos de Villena, Elche, Jumilla, Ayora, Valencia y Játiva, donde desempeñó los encargos que le indicaban: portero, hortelano, cocinero, jardinero y limosnero. Los últimos tres años los pasó en el convento de Villarreal.
Cuando salía a mendigar, iba solo con una paupérrima túnica que cubría el cilicio o dolorosa cadena que herían sus carnes; Aspe, Ayorte, Elda, Novelda y Alicante lo vieron recorrer sus calles con la alforja al hombro, soportando el sol y el frío; regresaba cargado como un burro, con la sonrisa y buen humor de siempre, animado por la oportunidad de poder ponerse de rodillas delante de Jesús Sacramentado.
Tuvo que ir a París llevando carta para el General. Aquello no fue fácil porque las ciudades que tuvo que atravesar estaban repletas de herejes. Alguna vez le asaltaron preguntándole dónde estaba Dios; su respuesta fue «en el Cielo», pero la escueta contestación le produjo escrúpulos por no haber dicho al hereje que le amenazaba con un puñal, que también estaba en el Santísimo Sacramento del Altar «por mi falta de memoria, descuido y debilidad». También lo apedrearon hiriéndole en un hombro; su actitud sobre las tropelías de los hugonotes puede resumirse con el comentario ante los de su convento, cuando dijo de ellos: «Es encantadora la gente de Orleans. Por ser agradables a Dios me han hecho esta marca como signo de su amistad. Es una pena que se equivocasen al transformar su bonita iglesia en una cuadra para animales».
Murió después de una muy dolorosa enfermedad el mismo día y mes de su nacimiento, poco más de medio siglo después, el 17 de mayo de 1592, en el convento del Rosario de Villarreal de los Infantes, en Castellón.
Lo canonizó Alejandro VIII en 1690.
Los más de cuatrocientos milagros que se le atribuyen aún están siendo sometidos a juicio por la crítica histórica. Algunos lo serán de verdad, incomprobables y solo fiables por el repetido testimonio de los que los presenciaron; entre ellos se incluyen los arrebatos místicos que de vez en cuando tenía en la presencia de la Eucaristía, cuando asistía a Misa o escuchaba las campanas en el momento de alzar al Dios. Otros muchos, como saltar, brincar, bailar –algunos llegaron a pensar que lo de «Bailón» era un apodo– y balbucear incoherencias ante el solo pensamiento de que iba a comulgar y ante distintas imágenes de la Virgen, o las múltiples predicciones que hizo a sus amigos sobre el día y hora de sus respectivas muertes, o la reacción de su cadáver en la misa de cuerpo presente al abrir y cerrar los ojos por dos veces en el momento de la consagración, o las enfermedades que dicen que hizo con solo un guiño, o los moribundos que reanimó porque necesitaban una prórroga para poder arreglar los asuntos de su alma, etc., quizá necesiten una criba más especial. Pero, de hecho, por su devoción a la Eucaristía, fue nombrado por León XIII Patrón de los congresos y obras eucarísticas desde el año 1897.