Las llagas de San Francisco. Santos: Roberto Belarmino, obispo y doctor; Flocelo, niño, Ariana (Ariadna), Agatoclia, Narciso, Crescente, Sócrates, Esteban, Valeriano, Macrobio, Sátiro, Gordiano, Elías, Zótico, Luciano, Flocelo, mártires; Lamberto, obispo; Teodora, Hildegarda, vírgenes.
Montepulciano de Tosacana lo vio nacer el 4 de octubre de 1542. Murió en la Ciudad Eterna el 17 de septiembre del 1621. Vivió 79 años dedicados al servicio incondicional al papado y a la Iglesia. Intelectual, teólogo, pastor, polemista, escritor, predicador, autor devoto y, probablemente, uno de los hombres más cultos de la Iglesia en su tiempo que siempre actuó con una independencia de criterio admirable. El papa Clemente VIII dijo de él al nombrarle cardenal: «En la Iglesia de Dios no hay quien le iguale en saber».
Sus padres fueron Vicente Belarmino y Cintia Cervini, hermana del papa Marcelo II, que solo lo fue 27 días. Desde niño estuvo condicionado por su débil salud física, pero tenía un espíritu bien dotado. Estudió en los jesuitas de Montepulciano. Entre la familiaridad con los clásicos le nació la vocación, entrando en el 1560 en el noviciado de Roma. Estudió en el Colegio Romano del que llegaría a ser Rector más tarde. Tenía lugar la tercera convocatoria del Concilio de Trento. Fue profesor en Florencia donde había de intervenir con moderación y tacto en el primer proceso de Galileo. Hizo filosofía en Padua, Roma y Lovaina, donde estaba enseñando Bayo, reiteradamente censurado por sus tesis sobre la justificación y la gracia.
Se ordenó sacerdote en 1570. Profesor de teología en Lovaina, en el Colegio de los Jesuitas fundado como reacción a las enseñanzas heterodoxas de la universidad. Su docencia, basada en la Sagrada Escritura, los Santos Padres, los Concilios y la Historia Eclesiástica, demostró gran altura académica y brillantez a pesar de los continuos problemas que le daba su salud delicada.
Por once años se dedicó a cuidar del Colegio Romano como Rector y a refutar los errores luteranos. Hacía falta rechazar con ciencia de altura las tesis adversarias por el daño que suponían para la Iglesia y el mal que podían ocasionar a los eclesiásticos. Pudo hacerlo con éxito gracias a su profundo saber teológico y a sus conocimientos de historia. Formó trío con Pedro Canisio y César Baronio para la exposición y defensa de la fe.
Roberto era conocido por su carácter templado, conciliador, libre y profundo al dar enseñanza y solucionar dificultades en los temas capitales: Cristo, el Romano Pontífice, los Concilios, la Iglesia y sus instituciones básicas, el culto a los santos y a sus imágenes, los sacramentos, la gracia, el pecado, la libertad y la justificación.
Publicó «Controversias», obra que al tiempo que suscitaba verdadera polémica en los ambientes intelectuales, servía a muchos –entre ellos san Francisco de Sales, que llegó a afirmar haber predicado durante cinco años sin otro apoyo que la Biblia y las obras de Roberto Belarmino– para seguir la pauta del genuino pensamiento católico.
Hizo trabajos científicos con Salmerón, tuvo parte en la Reforma del Calendario y del Martirologio. También acompañó a Gaetano, legado pontificio para Francia.
Esta carrera y nombre suscitó envidias, como siempre, en Roma. Al papa Sixto V le llegaron denuncias por aquello de que enseñaba el poder solo indirecto del papa en las cuestiones de orden temporal. El papa cayó en la trampa y, a pesar de haberse mostrado Roberto como defensor incondicional del Papado, metió sus obras en el Índice por considerarlas peligrosas. En esta ocasión, Roberto actuó con libertad y valentía señalando los límites del poder espiritual del papa y esto no debió agradar mucho al Pontífice. Muerto Sixto V; su sucesor Urbano VII levantó la censura, que no había llegado a ser publicada.
Intervino en la versión latina de la biblia llamada Vulgata que el concilio tridentino anhelaba proponer como versión oficial.
También fue director espiritual de santos, como es el caso de san Luis Gonzaga durante el segundo período de rector del Colegio Romano.
Clemente VIII lo nombra Cardenal el 3 de marzo de 1599, a la muerte de Francisco de Toledo, a pesar de la franca y fuerte resistencia de Roberto que solo pudo ser vencida por la imposición del papa.
Escribió su Catecismo, la obra más notable, precedido de un breve del papa Clemente VIII, libro seguro en el aprendizaje y explicación de la fe católica que estuvo en vigor en los Estados Pontificios hasta Pío X.
Para que no faltara nada, se vio envuelto en la controversia teológica sobre el modo de conciliar la naturaleza (libertad) y la gracia entre los dominicos con Báñez y los jesuitas con Molina.
Murió en el noviciado de san Andrés el día 17 de septiembre de 1621.
Sus restos se trasladaron a la iglesia de San Ignacio de Roma.
El papa Benedicto XIV le dio el sobrenombre de «martillo de los herejes». Fue un santo –canonizado muy tardíamente, en 1930– más bien incómodo, y que fue capaz de los más difíciles equilibrios: jesuita y cardenal, situación nunca vista hasta entonces, durísimo en las controversias y también ecuánime y bondadoso, afectivo. Dos veces estuvo a punto de que le eligieran papa.