Santos: Carlos Lwanga y sus compañeros mártires de Uganda; Cecilio, David, Lifardo, Alberto, Atanasio, confesores; Pergentino, Laurentino, Luciniano y los niños Claudio, Hipacio, Pablo y Dionisio, mártires; Hilario, Adalberto, obispos; Isaac, monje; Paula, Olivia, vírgenes; Clotilde, reina; Juan Grande, Patrono de la Diócesis de Jerez (España); San Juan XXIII, papa.
San Juan XXIII, el Papa que no se tomaba en serio
Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte (Bérgamo). Fue el cuarto de 13 hermanos. En 1892 ingresó en el seminario de Bérgamo, donde empezó a redactar unos apuntes espirituales que lo acompañaron toda su vida. De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio Seminario Romano y fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904 en la iglesia de Santa María in Monte Santo en Roma.
En 1905 el obispo de Bérgamo, monseñor Giacomo Maria Radini Tedeschi, lo nombró su secretario, cargo que desempeñó hasta 1914. Cuando en 1915 Italia entró en la guerra, fue movilizado como sargento de sanidad. El año siguiente pasó a ser capellán castrense en los hospitales militares de retaguardia y coordinador de la asistencia espiritual y moral a los soldados.
En 1921 comenzó la segunda parte de su vida, al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo Central de la Pontificia Obra para la Propagación de la Fe, visitó muchas diócesis italianas. En 1925 Pío XI lo designó visitador apostólico para Bulgaria, elevándolo al episcopado con el título de Areópolis.
El 27 de noviembre de 1934 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial estaba en Grecia, que terminó devastada por los combates. Recabó información sobre los prisioneros de guerra y puso a salvo a muchos judíos, utilizando el visado de tránsito de la Delegación Apostólica.
El 6 de diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París. Durante los últimos meses de la contienda y los primeros de la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y se preocupó por la normalización de la organización de la Iglesia de Francia.
El 12 de enero de 1953 fue creado cardenal y promovido al Patriarcado de Venecia.
Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Nada más concluir el Cónclave, su secretario le preguntó por dónde empezar, qué era lo más urgente, a lo que el Papa Roncalli respondió: «Por ahora, recemos vísperas y completas. Luego, ya veremos».
Al principio se le tachó de «Papa de transición», ¡y vaya si lo fue! Apenas un año después de llegar a la sede de Pedro, convocó el Concilio Vaticano II. Poco después, le hizo a un amigo una confidencia. «¿Sabes? Eso de que el Espíritu Santo es el que asiste al Papa, no es verdad». Ante la sorpresa de su interlocutor añadió: « Yo soy solo su asistente. Es Él quien lo hace todo. El Concilio ha sido idea suya». Aunque fue Pablo VI quien lo llevó a término, a san Juan XXIII se le debe el primer impulso, el más difícil, el de la decisión de mover el timón de ese pesado transatlántico en el que se había convertido la Iglesia.
Lo que más recuerda la gente es su bondad, reflejada en multitud de anécdotas. Es conocido el episodio en el que dobló el sueldo a los portadores de su silla gestatoria –eran otros tiempos–: «Si mi peso es el doble del de Pío XII, es justo que cobréis el doble», dijo. O el día en que cundió el pánico en el Vaticano porque el Papa había desaparecido. Se llamó a la Policía y al Ayuntamiento de Roma, pero nada. Al final le encontraron en una residencia de sacerdotes ancianos, charlando y sentado en una mecedora como si nada; simplemente echaba de menos los entresijos de la pastoral ordinaria de cualquier sacerdote. Un día lo reconoció en voz alta: «Rarísimas veces tengo la oportunidad de pronunciar una plática espiritual, nunca puedo confesar, y me paso el día ante la máquina de escribir y manteniendo fastidiosas conversaciones diplomáticas»; y añadió: «Pero con todo vivo en paz, porque el éxito final es de quien hace con gran corazón la voluntad de Dios, toma todo por las buenas y obedece de buen humor».
Así vivió él su vida y su ministerio. Su secretario, el luego cardenal Loris Capovila, revelaba poco después de su muerte, acaecida el 3 de junio de 1963, que solía decir: «Doy gracias a Dios porque me ayuda a no complicar las cosas simples, y a no simplificar las cosas complicadas». El mismo Papa Roncalli reconoció en varias ocasiones que escuchaba una voz que le decía: «Angelo, no te tomes tan en serio». Solo así pudo llevar a cabo el vuelco estratégico que le dio al rumbo de la Iglesia.
El 27 de abril de 2014, el Papa Francisco canonizó a san Juan Pablo II y a san Juan XXIII en Roma. Ambos «colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos», afirmó el Papa, quien destacó además que, «en la convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guiado por el Espíritu. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu Santo».