Santos: Pedro de Alcántara, confesor; Juan de Brebeuf, Isaac Yogues, Renato y compañeros mártires canadienses; Pablo de la Cruz, presbítero; Berónico, Tolomeo, Lucio, Varo, mártires; Máximo, diácono y mártir; Etbino, Teofrido, abades; Aquilino, Zósimo, Eusterio, Sadot, obispos; Desiderio, Aquilón, confesores; Pelagia, virgen; Fredeswinda, abadesa; Laura, viuda.
Pablo se hizo un asceta riguroso e intransigente; tanto que al comodón hombre de nuestro tiempo le parece su vida de un rigor inaceptable.
Nació el año 1694 en Ovada (Italia).
Movido por el deseo de perfección, abandonó los negocios de su padre, que era mercader y con quien él colaboraba. Vivió en el siglo xviii, cuando su patria soporta un cristianismo amenazado y está reducido al ámbito de las sacristías, como si actuara a la defensiva.
Renunció a todos los bienes y vivió algún tiempo como eremita preparando con penitencia y oración la futura Congregación de los Pasionistas.
Ordenado sacerdote, trabajó con intensidad creciente por el bien de las almas, sirviendo a pobres y enfermos. Basó en el sometimiento del cuerpo propio la conversión de los hombres. Predicó frecuentes misiones populares, estableció casas de la Congregación que había fundado y siempre ejerció la actividad apostólica basándose en la contemplación de la Pasión del Señor, haciendo honor al nombre que intencionadamente había elegido, mortificándose con duras penitencias.
Murió en Roma el día 18 de octubre del año 1775. Testimonia con su vida lo que predica, señalando el primordial valor de la penitencia para la santificación propia y ajena.