Santos: Sixto II, papa, y compañeros, mártires; Cayetano, presbítero; Justino, Veriano, Pedro, Julián, Fausto, Carpóforo, Exanto, Casio, Severo, Segundo, Licinio, mártires; Miguel de la Mora, sacerdote y mártir; Esteban abad y compañeros mártires de Cárdena; Celso, Alberto, Claudia, Conrado, confesores; Victricio, Donato, Donaciano, obispos; Domecio, monje; Alberto, carmelita.
Este papa hace puente entre san Esteban y san Dionisio. Tuvo un pontificado corto que no llegó a año y medio, pero no estuvo falto de contenido. Se encontró heredero de la antigua cuestión que suscitó tensiones más que notables entre el papa san Esteban y el obispo de Cartago, san Cipriano, con motivo de la validez del bautismo administrado por los herejes. Hasta tal punto subió la espuma en las discusiones, que se llegó a temer una ruptura entre la Iglesia de Cartago y la de Roma, llegando san Cipriano a llamar al papa Esteban «soberbio e impertinente», mientras que el obispo de Roma calificaba al de Cartago de «innovador».
Resulta que, habiéndose suscitado las primeras herejías en la Iglesia, surgieron nuevos problemas a la hora del trato, comportamiento y comunión en los sacramentos con los que habían desvirtuado la fe. Nada se había hecho y las normas debían ir saliendo al ritmo que marcaba la vida. Pero eso que es normal en todo núcleo humano, tiene implicaciones muy delicadas en el terreno de la disciplina eclesiástica que responde a principios sobrenaturales y al bien de las almas. El papa Esteban era partidario de respetar como válidos los bautismos administrados por los herejes; en Cartago se veía la necesidad de reiterar el bautismo a quienes habían sido bautizados por un hereje. Aparte de los argumentos teológicos que en ese momento no estaban todavía maduros, se enfrentaban los presuntos «rigoristas» cartaginenses con los llamados «laxos» romanos, dos actitudes de difícil reconciliación. Cruzaron cartas, hubo desacuerdos, e incluso se reunieron sínodos locales para recabar pareceres de los obispos. Del papa Esteban se conoce una respuesta que mantiene encriptado todo su pensamiento y que ha quedado para el futuro como indicativa de quietud: nihil innovetur nisi quod traditum est, esto es, mantener el modo de actuar que hemos recibido. Los progresistas posteriores de todos los tiempos pierden el sueño cuando la escuchan; llegan a considerarla con poca justicia como antipática y símbolo de amor a lo arcaico, anacrónico e inmovilista.
Había otro problema en torno a la validez o no del bautismo que había sido administrado por los herejes. El papa Esteban mandaba que todos los obispos, repartidos por el mundo y pastoreando sus distintas diócesis, obedeciesen la misma norma de comportamiento pastoral, admitiendo la validez de tal bautismo administrado por herejes; por el contrario, toda la metrópoli de Cartago recababa la libertad de actuar según el criterio de cada obispo, basándose en la autoridad recibida por sucesión apostólica. Menos mal que las cosas no llegaron a más porque se murió san Esteban (a. 257) y fue martirizado san Cipriano (a. 258). El asunto estuvo tan serio que el papa no quiso recibir a los delegados del sínodo del norte de África cuando le llevaban las actas y hasta se las arregló para que no se les diera alojamiento.
Así recibió el papado aquel griego de origen que se llamó Sixto II y esa era la herencia que mencioné al principio. Es descrito como «sacerdote bueno y pacífico». No solo no cambió las decisiones de su antecesor Esteban, sino que las reafirmó en lo que hace referencia al reconocimiento de la validez del bautismo administrado por los herejes con tal de que haya sido administrado en el nombre de la Santísima Trinidad; lo sabemos por la carta que escribió al obispo Dionisio de Alejandría, llamado también Dionisio el Grande, teólogo, que fue alumno del teólogo y exegeta Orígenes, y llegó a ser director de la escuela catequista de Alejandría en el año 231. Con el obispo de Cartago, Cipriano, volvieron a reanudarse las relaciones amistosas probablemente por aceptarse la propuesta del obispo del cartaginés de que fuera el obispo de cada diócesis quien fuera competente en las decisiones de cada caso particular que se presentara. En cuanto a lo que hacía referencia a la legitimidad de cada sede, ambos mostraron absoluta coincidencia fundamentándola en la sucesión apostólica.
De este modo, Sixto II fue el papa de la ortodoxia y de la reconciliación. Las cuestiones marginales y la estructuración teológica necesitaría todavía algo más de un siglo; tendría que llegar la figura de san Agustín.
Poco más se sabe de la labor realizada por Sixto II. Solo que su bondad y el cumplimiento del deber de Pastor terminó en martirio y explicar cómo fue.
El emperador Valeriano había comenzado mostrando cierta tolerancia con los cristianos, pero cambió. A partir del año 257, dio leyes cada vez más rigurosas que incluían las penas de muerte y destierro para los infractores; mandaban dar culto a los dioses paganos y prohibían las reuniones en los cementerios. El 6 de agosto del año 258, los soldados entraron en la catacumba de san Pretextato mientras el papa Sixto celebraba el culto cristiano con sus cristianos, acompañado por sus siete diáconos. Allí mismo murió Sixto II con cuatro de sus diáconos; los otros tres sufrirían también martirio en los días siguientes.