Nuestra Señora de la Estrada; Nuestra Señora Auxilio de los cristianos. Santos: Vicente de Lerin, presbítero; Susana, Marciana, Afra, Paladia, Donaciano, Rogaciano, Robustiano, Zoilo, Servilio, Félix, Silvano, Diocles, Melecio, Vicente, mártires; Patricio, obispo; Amalia, virgen; Manahén, profeta; Simeón, estilita, el Joven y Marta, su madre; Ester y Mardoqueo (A.T.); Juana, mujer de Cusa, discípula del Señor.
Señala las acaloradas disputas del siglo V en torno al agudísimo problema sobre cómo conciliar la libertad humana con la gracia divina a la hora de determinar la moralidad de las acciones humanas, la misma propiedad de la acción y la responsabilidad inherente; el laborioso y enrevesado asunto está conexo con la perseverancia y la predestinación.
El pelagianismo está ya condenado y la doctrina está fijada dentro del campo teológico católico. Pero quedan flecos y surge la corriente de pensamiento que termina llamándose semipelagianismo –doctrina condenada definitivamente por Bonifacio II, en el segundo concilio de Orange en el 529– y que comenzó en el sur de las Galias, concretamente en Marsella y en el monasterio de San Víctor, donde hay un monje llamado Casiano († 435) que anda enseñando por ahí que la perseverancia en el bien no es una gracia especial de Dios, sino que es una recompensa debida al justificado. Próspero de Aquitania –un laico– descubre el error, lo contradice y ya tenemos armado el lío teológico.
Los monjes de Adrumeto habían pedido más aclaraciones a Agustín sobre el arduo asunto de cómo conciliar la libertad humana y la gracia de Dios; el santo y sabio obispo de Hipona respondió con los trabajos Sobre la libertad y la gracia y Sobre la corrección y la gracia. Con motivo de la enseñanza de Casiano, Agustín se vio precisado a escribir Sobre la predestinación y Sobre el don de la perseverancia.
Las influencias de Casiano en el monasterio de la isla de Lerins –hoy de San Honorato, cerca de Cannes– al que pertenece Vicente, conocido por las referencias de Genadio de Marsella en De viris illustribus, fueron claras. Vicente es un verdadero sabio, un intelectual nato: domina la Sagrada Escritura, los Santos Padres, la disciplina eclesiástica; conoce profundamente los clásicos paganos, los escritos filosóficos antiguos, los políticos y literarios. En este tiempo, el monasterio de Lerins es el emporio galo de la cultura. Y Vicente se incorpora el campo de las discusiones teológicas, erigiéndose en el defensor del semipelagianismo.
En el año 410 saca a la luz su primera obra, llamada Objeciones lerinianae en la que expone dificultades a Agustín por considerar que la doctrina del obispo africano sobre la predestinación y la gracia es demasiado alarmante. Es contestado por Próspero de Aquitania con el opúsculo Respuestas de San Agustín a los capítulos de las objeciones vicentinas.
En el 434 –ya había muerto san Agustín–, con el seudónimo de «Peregrino», escribió Vicente su Commonitorio, tres años después del concilio de Éfeso, para descubrir los fraudes de los herejes recientes (entre los que podrían contarse Agustín y sus seguidores) en sus enseñanzas sobre la gracia, con un recurso a la Tradición de la Iglesia. Contiene el llamado canon vicentino o vicentiniano, que otorga una gran importancia a la Tradición y define la ortodoxia como «lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos». El Commonitorio ha tenido más de ciento cincuenta ediciones; fue relegado al olvido, y cobró vitalidad renaciendo en la controversia protestante-católica diez siglos más tarde.
Por otra parte, Vicente de Lerins fue también un polemista formidable con su obra Florilegio en donde expone la Cristología y textos Trinitarios agustinos contra los nestorianos.
No empaña la vida moral de Vicente, ni su rectitud, ni su aportación al campo de la investigación teológica el hecho de la condenación del semipelagianismo. Cuando él lo defiende, era una cuestión de libre discusión teológica, aún no está condenado por un juicio inapelable del magisterio de la Iglesia de Roma a la que siempre amó con pasión, presuponiendo la autoridad suprema del papa, y pretendiendo solo indagar lo que cree y siente la Iglesia católica.
Murió Vicente –cuenta Genadio– en el reinado de Teodorico II (408-450) y Valentiniano (425-455). Es un vago e indeterminado testimonio; quizá lo probable fuera que muriera entre el 445 y el 450.
Su originalidad está en que se equivocó, aunque fuera santo, y esto resulte paradójico, llamativo y extravagante. El vehemente polemista se incorporó valientemente al campo de la investigación teológica, aportando unos elementos valiosísimos sobre la Tradición, aunque siguiera un camino equivocado. Hoy ocupa con propiedad su puesto en la lista de los santos, bien sosegado en el amor de Dios.